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El dato más histórico sobre la vida de Jesús es el símbolo que dominó toda su
predicación, la realidad que dio sentido a todas sus actividades, es decir, el reino
de Dios.
Jesús predicó el reino de Dios no a sí mismo (K. Rahner), aunque en su propia
enseñanza Jesús figura como el representante (Lc 17,20-21), el revelador (Mc 4,11-12; Mt
11,25-26), el campeón (Mc 3,27), el iniciador (Mt 11,12), el instrumento (Mt 12,28), el
mediador (Mc 2, 18-19), el portador (Mt 11,5) del reino de Dios. El reino no es solamente
el tema central de la predicación de Jesús, el punto de referencia de la mayoría de sus
parábolas y el tema de un gran número de sus dichos; es también el contenido de sus
acciones simbólicas que forman una parte tan grande de su ministerio, a saber: su amistad
con recaudadores de impuestos y pecadores hasta sentarse a la mesa con ellos, sus
curaciones y exorcismos. Porque en su comunión con los proscritos, Jesús vivió hasta
sus últimas consecuencias el reino, demostrando con hechos el amor incondicional de Dios
para los indignos pecadores.
No es fácil definir con precisión lo que significa realmente la expresión reino de
Dios. En el curso de la historia de la teología la interpretación de esta expresión ha
cambiado a menudo según la situación y el espíritu de la época. La palabra reinado o
reino es un término arcaico, que no evoca una resonancia en nuestra actual experiencia de
la realidad. La expresión necesita ser traducida para extraer su significado. En la
discusión bíblica y teológica sobre el reino en los tiempos modernos podemos distinguir
tres enfoques: el reino como concepto, el reino como símbolo, y una nueva manera de
enfocar el reino en cuanto relacionado con la liberación.
El reino como concepto. Tratar la expresión reino de Dios como un concepto supone
que detrás de ella encontramos una idea clara y constante. La cuestión es encontrar lo
que la frase significaba en la enseñanza de Jesús, aunque Jesús mismo nunca definiera
el reino en términos precisos.
El reino como símbolo. Considerar el reino como un símbolo abriría la expresión
a evocar una serie completa de ideas. El símbolo reino evocaba en Israel la memoria de la
actividad de Dios, sea como creador del cosmos, como creador de Israel en la historia o
finalmente la expectación de su intervención final al fin de la historia. Es el Dios que
actúa en la historia en favor de su pueblo, y en última instancia en favor de la
creación entera.
El reino como liberación. Aquí la cuestión es: qué tiene que decir realmente la
expresión reino de Dios a la situación concreta en la que nos encontramos ahora, a una
situación que está marcada por la opresión y explotación absolutas.
Podemos concluir que mientras la primera aproximación intenta llegar "detrás del
texto", la segunda permanece "con el texto" y la tercera se coloca
"frente al texto".
El reino de Dios en el A.T. La expresión literal "reino de Dios" no se
encuentra en el A.T. La fe del AT descansa sobre dos certezas. Primera, que Dios ha venido
en el pasado y que ha intervenido en favor de su pueblo. La segunda es la firme esperanza
de que Dios vendrá de nuevo en el futuro para cumplir su propósito con respecto al mundo
que él ha hecho. Lo que sigue puede considerarse como los elementos básicos de la
noción de reino de Dios en el AT.
a) Dios es el rey de toda la creación y de Israel en particular, en virtud de la alianza.
b) Este reinado sobre Israel es experimentado de una manera particular en la celebración
litúrgica, es decir, en el culto.
c) La esperanza de una venida final y decisiva de Yhwh en favor de su pueblo en el futuro
para cumplir sus promesas hechas a los padres y los profetas.
El mensaje del reino en el N.T. Jesús nunca definió el reino de Dios en el
lenguaje discursivo. Presentaba su mensaje del reino en parábolas. Las parábolas han de
ser consideradas como "elección por parte de Jesús del vehículo más apropiado
para entender el reino de Dios. Ellas son la predicación misma, y no deben contemplarse
como supeditadas meramente al propósito de una lección que es totalmente indispensable
de ellas. Las parábolas tienen que seguir siendo el punto de referencia para comprender
el mensaje del reino.
Aunque Jesús se situó en la tradición de los grandes profetas, su mensaje está
profundamente influido por las expectativas apocalípticas de la época. Su mensaje del
reino de Dios sólo puede entenderse en su contraste con el reino del mal, que opera en
este mundo invadiéndolo todo. Jesús entendió su misión como una ruina y derrumbamiento
de los poderes del mal y trae una liberación que persigue el fin de todo mal y la
transformación de la creación entera.
Puesto que el reino de Dios es Dios mismo, que ofrece su amor incondicional a su criatura
y que da a cada una participación en su propia vida, debe entenderse como un don de
gratuito, al que no tenemos en modo alguno ningún derecho. Podemos aceptarlo solo como
don de amor de parte de Dios con gratitud y acción de gracias. Esta el la principal
enseñanza de las parábolas del crecimiento (Mt 13 y Mc 4). El carácter religioso del
reino es tan evidente en la Escritura que no requiere especial atención.
Para Jesús el acontecimiento totalmente cierto, que está sucediendo en ese mismo momento
en sus palabras y acciones, es que Dios está ofreciendo su salvación final a todos
ahora, en este preciso momento. Esta oferta es absolutamente incondicional y persigue
sólo una meta: la salvación de todos, pero especialmente de los pecadores y proscritos,
que menos la esperaban. Para Jesús el reino es un mensaje de paz y gozo. Ahora no es
tiempo de lamento y ayuno (Mc 2,18ss). El reino de Satán se está derrumbando (Lc 10,18).
Ahora es tiempo de salvación; la separación del bien y del mal se hará al final (Mt
13,24-30). La oferta de salvación es ahora para todos: judíos y gentiles, justos y
pecadores.
A la proclamación indicativa de que el reino de Dios era una realidad inminente, Jesús
añade un imperativo: una llamada a la conversión como respuesta a la venida de Dios en
persona. Esta respuesta al reino que "está cerca" se expresa con las palabras
convertíos y creed. Convertirse significa volverse hacia; responder a una llamada. La
conversión es una gozosa oportunidad, no un acontecimiento terrible de juicio y
condenación. El hijo perdido ha vuelto a casa, el muerto ha vuelvo a vivir de nuevo (Lc
15,24-32). La conversión, por tanto, va precedida por la acción de Dios a la que se nos
llama a responder. Sólo su amor lo hace en absoluto posible. La conversión es una
reacción de la persona a la acción previa de Dios.
El símbolo reino de Dios apunta fundamentalmente y revela de una manera muy concreta el
amor incondicional de Dios a sus criaturas. Este amor incomprensible (Ef 3,18-19) se
manifestó e hizo tangible en la persona de Jesús de Nazaret. La conversión, en un
último análisis, es un compromiso personal con Jesús, una declaración abierta por él.
Dondequiera que los cristianos se relacionan con la paz, la justicia y el gozo en el
Espíritu Santo, allí se hace presente el reino. El reino, definido en una breve
fórmula, no es otra cosa que justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.
La persona de Jesús y el reino de Dios. El sufrimiento tenía que ser proclamado
como necesario para la venida final del reino de Dios. Jesús, que se entendió a sí
mismo claramente en relación con el reino venidero, se dio cuenta de que tenía que
asumir el sufrimiento y la muerte como un pre-requisito necesario para que el reino
irrumpiera finalmente en esa época y en ese tiempo. Las reuniones en torno a la mesa, que
provocaron tanto escándalo porque Jesús no excluía a nadie de ellas, ni siquiera a
pecadores públicos y que expresaban de ese modo el centro de su mensaje, eran ritos de la
fiesta que iba a venir en el tiempo de la salvación (Mc 2,18-20). La última cena, como
todas las reuniones en torno a la mesa, es una anticipación o "donación
anticipada" de la consumación del reino. La verdadera naturaleza de la tarea que
Jesús tenía que cumplir para llevar el reino a su plenitud está expresada en las
palabras relacionadas con el pan y el vino. El debe ofrecer su vida para que todos los
hombres puedan compartir la fiesta del reino con él.
La cruz y su muerte aparecen como el único camino que quedaba para demostrar el amor
redentor de Dios en la historia de la humanidad transida de pecado. Jesús sintió que
cuando más se identificara él mismo con nosotros, más experimentaría nuestra
pecaminosidad, nuestro desamparo, nuestra inseguridad, propia de quienes habían rechazado
el don del amor de Dios. Llegó a darse cuenta de que si llevaba su misión hasta el fin,
tendía que experimentar la plena realidad de lo que significa para una criatura estar
"separada" de Dios. Para Jesús esto significaría experimentar en sí mismo el
ser separado del Padre, que lo significaba todo para él, de quién recibía la vida y
cuya voluntad había venido a cumplir. El pensamiento de que este momento estaba llegando
le horrorizó.
El Espíritu Santo y el reino. El Espíritu Santo es descrito en la Escritura como
el "principio de vida" o como el "dador de vida". Por medio del
Espíritu llegó a existir la antigua creación y se mantenía en la existencia. Es por
tanto, el Espíritu Santo quien continúa la obra de Cristo a través de los siglos y
conduce a la humanidad y a la creación entera hacia su realización final en la plenitud
del reino.
El Vaticano II describe a la Iglesia como el misterio de Cristo. En ella se realiza el
"eterno plan del Padre, manifestado en Jesucristo, de llevar a la humanidad a su
gloria eterna. Es el reino presente ahora el que crea la Iglesia y la mantiene
constantemente en la existencia. La Iglesia es por tanto, el resultado de la venida del
reino de Dios al mundo. El poder dinámico del Espíritu que hace presente de modo
efectivo la intencionalidad salvadora final de Dios es la verdadera fuente de la comunidad
llamada Iglesia. La misión de la Iglesia a la luz del reino se describe en una triple
forma: a) proclamar mediante la palabra y el sacramento que el reino de Dios ha venido en
la persona de Jesús de Nazaret. b) ofrecer su propia vida como prueba de que el reino
está presente y operativo en el mundo de hoy y, c) Desafiar a la sociedad entera a
transformarse de acuerdo con los principios básicos del reino inminente: justicia, paz,
hermandad y derechos humanos.
Miguel Angel Ponce R.
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