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La Virgen María y las Virtudes Teologales.


La Virgen María y el desarrollo de la fe teologal.

Considerar a la Virgen Santísima realizando el progreso de la fe teologal es acercarnos a contemplar una de las más bellas facetas de su excelsa existencia. Su vida fue una vida de fe en donde no encontramos nada de pasivo o turbio, sino que por el contrario respaldece esa actitud de indagación, de amor y de servicio.

Se puede hablar de su vida de fe como una vida de comunión con el misterio, como de una vida de intimidad con el Santo de los Santos, que no obstante su inefabilidad y trascendencia, le dejaba entrever alguna brizna luminosa de su incandescente hoguera. En ella más que en ninguna otra criatura, se realizó el enunciado de vida de fe, pues su existencia no fue otra cosa sino vivir en forma concreta y constante el ejercicio vigoroso de su fe, que la impulsaba con apremio a servirse de toda ocasión para elevar sus pensamiento y demás afectos a una esfera superior : el ámbito de Dios.

Y es que dejarse enrolar en el misterio de Dios es estar dispuesto a soportar las perplejidades más incongruentes y las sorpresas ,menos imaginables. Y esto la Virgen María lo vivió con una intensidad inigualable. Dios le hablaba de maternidad virginal, sin concurso de varón alguno, únicamente por fuerza de la Omnipotencia divina. Ella creyó y su fe tuvo su fruto y feliz recompensa : el Verbo de Dios Padre tomaba carne de su propia carne y comenzaba su misterio de redención en las purísimas entrañas de esta Virgen Madre.

Quisiéramos pensar que la anunciación y la noche iluminada en que los cielos se colmaron de cantos y miríadas angélicas para anunciar el nacimiento del Redentor había sido suficientes para confirmar a la Virgen María en una situación de familiaridad ante lo inesperado, ante la proximidad del misterio que se hacía presente en formas tan complejas y diversas, o en manifestaciones tan simples y conmovedoras ; pero parece que no fue así. Nunca se hubiera imaginado que aquella misteriosa espada que le había vaticinado Simeón iba a comenzar sus desgarramientos dolorosos con una privación insólita, totalmente incomprensible a los juicios humanos.

María, la madre de Jesús, no comprendía los acontecimientos de la vida de su Hijo en toda su plenitud y perfección. María la Madre de Dios, se sorprendía y se admiraba de lo que realizaba su Hijo el Redentor. María, la Virgen de la fe, guardaba en su corazón todo aquello para hacerlo objeto de su atenta contemplación.

Tan cerca de Dios como ninguna otra criatura, con su alma sorprendentemente iluminada por la acción del Espíritu Santo y sin embargo, por causa de su vida de fe, se veía forzada a descubrir la presencia del Verbo a través de los signos sensible, de las manifestaciones tangibles que brotaban del proceder normal de su Hijo. La prueba de fe, lejos de doblegarla cual débil caña, hacía que sus raíces profundizaran en la confianza de la Providencia Divina. Su fe era una fe fuerte que irradiaba seguridad y movía hacia Dios. Una fe viva que ayudaba a los demás a realizar la peregrinación con los ojos fijos en la altura.

La experiencia de Dios en su existencia, era más que un sentimiento profundo, muchísimo más que aquella invasión de plenitud gozosa y de conocimiento íntimo con el que Dios se ha comunicado a sus grandes amigos. Era simplemente el amor de Dios Padre por su elegido. Era el amor de todo un Dios por su Madre... Y no obstante toda esta plenitud de luz y de claridad inalcanzables, ella se veía confiada a las exigencias que le imponía el desarrollo normal de su fe, su situación de viadora

 

La Virgen María y la prueba de fe

Cualquiera que haya tenido un poco de contacto con los escritos de los místicos, o con los verdaderos hombres de Dios, habrá sentido, sin duda alguna, el impacto de ver la inquietud y muchas veces la agotadora lucha de estos hombres que aman y creen en el Señor, pero que a causa del desarrollo de su fe parece como si Dios se hubiese ausentado de sus vidas. Son en verdad momentos de terrible martirio, horas y días en que las tinieblas de mil preguntas vienen a asediar esos espíritus fuertes y lanzar contra ellos toda clase de ponzoñosos ataques.

Silencio de Dios, ante el rechazo y dolorosa comprobación de no poder encontrar un ambiente adecuado para que naciera el Salvador de los hombres, el Creador del universo entero. Era la prueba de la fe ; penas reales, sufrimientos que calaban hasta lo más íntimo de su corazón de madre amorosísima. Y se dice silencio de Dios, no porque Dios no hable al alma en esos momentos. Sí le habla. Pero no como quisiera el alma que Dios se comunicara con ella.

Sentía la experiencia de Dios que la arropaba fuerte, apretadamente, hasta la más sutil fibra de su ser ; pero también tenía conciencia de que aún no gozaba de la visión perfecta, ni del gozo completo que produce la posesión cumplida. Mientras tanto, Ella vivía generosa su vida de fe, ante el abandono, en la Providencia amorosa de Dios que se hacía presente en su vida en aquellos profundos silencios de misterio divino.

 

La Virgen María y el desprendimiento que causa la fe

El consentimiento de la Virgen María a la invitación de Dios era fruto de su fe y de su amor. Y en aquel Fiat la Virgen se encontraba para vivir secundando la obra de Dios no obstante que para ello tuviera que pasar por todas las pruebas propias de una fe que supera, que exige y que hiere las fibras más delicadas del ser.

Nada es absurdo para el que cree. Nada es insuperable par el que ama. Y ella amaba y creía en su Dios y a El se abandonaba. Su actitud era la de siempre : contemplar y volver a contemplar, con una mirada luminosa, el paso silencioso de Dios en su veda. Era Dios mismo quién la hacía sufrir y precisamente por causa de su Hijo. Esa era la verdadera prueba de fe, el dolor que rompía su noble alma en mil pedazos. Y Ella volvía a repetir conscientemente su palabra preferida : Fiat.

 

La Virgen María y el silencio de la fe teologal.

Hablar de progreso de la fe es hablar necesariamente de un perfeccionamiento, de unma mayor comprensión y aceptación del misterio de Dios en nuestras vidas. La fe por su misma naturaleza lleva en sí ese rasgo peculiar de no responder plenamente como quisiéramos, a todas nuestras inquietudes. La fe es una ascensión de silencio para llegar a comprender en la altura, en la cima, la plenitud de la palabra de Dios… ; pero mientras no se llegue a la cumbre, el camino será de esfuerzo, de superación, de adhesión, de continuo renunciamiento.

Acercarse a Dios es acercarse a participar de su inexorable y sublime silencio. Nuestra Señora de la fe es nuestra Señora del silencio… Su fe le obliga a adherirse al misterio de Dios sin andar exigiendo más de lo que en su papel de viadora le convenía.

La fe es pues virtud que lleva consigo la impronta del silencio, que exige silencio íntimo y profundo en lo más medular del espíritu. Fe y silencio se armonizan admirablemente en el misterio de Dios. Y a través de la Virgen del silencio, Dios Padre le entrega a los hombres su Verbo. Su soledad no era soledad, porque estaba saturada de la presencia divina ; su silencio, no era silencio : era un silencio vivificado, iluminado por la presencia de Dios. María entraba en la contemplación plena y perfecta del silencio majestuoso de Dos, en donde la fe se convertía en esplendente visión, la esperanza en posesión cumplida y la caridad en amor consumado.

 

La Virgen María y el gozo de la fe.

La virtud sobrenatural de la fe hunde al alma en el centro del misterio de Dios. La fuerza arrobadora que esta virtud proyecta, es la certeza que experimente el alma de saber que es Dios quien se comunica a ella, le entrega el secreto de lo que El es y la entusiasma a participar de su misma felicidad. Todo esto hace que en el alma se susciten toda una serie de nobilísimos sentimientos, que van desde el gozo indecible, alegría santa, que no es otra cosa sino Dios mismo actuando en el fondo del alma y colmándola de su divina consolación.

Hay que señalar, que mientras más perfecta es la virtud sobrenatural, más une al alma con Dios, más la hacer participar de esa vida divina, y , consiguientemente, se aquilataba en ella su capacidad para experimentar la acción fruitiva, dichosa, de la riqueza inagotable de todo un Dios.

La fe sobrenatural perfecciona a todo el ser del hombre y de manera más inmediata sus potencias superiores : entendimiento y voluntad, que son como el recipiente en donde se deposita y se perfecciona la fe sobrenatural. La fe implica adhesión, entrega, y esta realización es más perfecta en la medida en que el alma está convencida de que así tiene que ser aquello, aunque no entienda plenamente los motivos y razones, ni alcance a poseer una visión exhaustiva de aquella situación.

 

La Virgen María y el progreso de su Esperanza teologal

El hombre de hoy sufre, fuertemente, los impactos de su época : avalancha de acontecimientos que en vorágine incontenible se arrojan sobre él llevándolo a suna postración y angustia lamentables. El hombre de hoy hace viva la profecía de Nietzche, de aquel hombre alejado de Dios, de aquel ciego que no conoce el camino y da tumbos, de aquel agonizante que muere sin esperanza de redención. El hombre de hoy es un hombre que se hunde en la angustia, que lo corroe la desesperación, que lo aniquila el tedio y lo abruma el cansancio de una vida que no tiene orillas amables ni un halagüeño horizonte.

La Iglesia, ante el momento actual, invita a sus hijos a que contemplemos a la Virgen Santísima como nuestro modelo : Ella, esperanza de todo el mundo y aurora de salvación.

Hablar de esperanza, es hablar de felicidad, de un gozo que nos hace desear la posesión completa y perfecta del bien deseado. Respecto a la esperanza cristiana es preciso hablar de un gozo que no puede ser otro sino la misma posesión de Dios causando en nosotros la dicha plena. Por otra parte, el ejercicio de la esperanza teologal está en relación a la excelencia del conocimiento que se tiene de la bondad de Dios, de su omnipotencia y misericordia en favor de nosotros.

La excelencia de su profunda humildad la hacía reconocerse en toda la dimensión de su pequeñez ante la trascendencia de Dios, pero la impulsaba a glorificar al Señor por todo lo que El había hecho en Ella y la movía a arrojarse en los brazos de su Providencia. Esta esperanza teologal la ponía frente a la Obra redentora de su Hijo y le hacía comprender cada vez con mayor profundidad la misericordia en favor del hombre.

El ejercicio vigoroso de esta esperanza teologal hacía que la Virgen María no detuviera su vista en las criaturas, por más perfectas que estas se presentaran. Ella tenía la profunda experiencia que Dios no la defraudaría. La historia singular de su vida estaba fuertemente invadida de la presencia de Dios omnipotente, siempre dispuesto a secundar su divino designio.

Ante el misterio de su Hijo el redentor, su actitud era la de una persona que palpa en sí misma los efectos de esa manifestación de Dios en favor del hombre. Ella vivía estos acontecimientos, los meditaba en el fondo de su corazón, y se valía de ellos para acrecentar más su confianza en el Poder misericordioso de un Dios para el que no hay imposibles.

Consecuencia también de su esperanza teologal fue esa actitud de perseverancia imperturbable, no obstante las terribles y dolorosas situaciones por las que tuvo que pasar el camino de su existencia. Virgen fiel la llama la Iglesia y con sobrados motivos y merecida razón. Toda su armoniosa ascensión a la casa del Padre puede resumirse en una aceptación generosa ante las exigencias de Dios en su vida, en un pronunciar un si con todo su afecto y convencimiento al reclamo constante que su Señor le hace.

El desarrollo de la esperanza teologal de la Virgen Santísima, existe una característica muy especial. El objeto de la esperanza teologal de nuestra Señora era su mismo Hijo, apoyo y motivo principal de su comunión con Dios. Por El, con El y en El, Dios la había colmado de privilegios y gracias. Unirse al destino de su Hijo era la mejor manera de manifestar su adhesión a Dios y la confianza ilimitada que tenía en sus admirables y trascendentales designios.

La esperanza teologal hace que el hombre entre en comunión con Dios, que se eleven sus anhelos, que descanse en Dios esa vehemencia de verse colmadas algún día todas las aspiraciones, y ansias de perfección. La esperanza teologal hace preguntar el gozo que se poseerá en forma indefectible, inacabable, en consumación perfecta con el Reino de los cielos.

Vienen muy a cuento aquí las palabras con las que clausura Paulo VI su exhortación Marialis Cultus : Al hombre contemporáneo, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por las aspiraciones sin confín, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de náusea y hastío, la Virgen, contemplada en su vicisitud evangélica y en la realidad ya conseguida en la Ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora : la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte.

 

La Virgen María y la prueba de la esperanza teologal.

La virtud crece y se aquilata como el oro en el crisol. Y así para que exista verdadera virtud desarrollada, madura, es preciso que tenga que pasar por todas esas exigencias propias del progreso y del perfeccionamiento de los actos humanos.

El crecimiento de la esperanza teologal en la Virgen María, tendrá que verse íntima, directamente vinculado al misterio de su Divina Maternidad, pero desde una maternidad corredentora en su inicio, en su prosecución y en su feliz coronamiento. Ella como nosotros, tuvo que realizar la ascensión a la casa del Padre por el sendero de la esperanza teologal. Ella como nosotros, supo lo que significa apoyarse totalmente en el auxilio omnipotente de Dios, porque se sabe que no nos defraudará. Ella, como nosotros, experimentó en su propia existencia que Dios tiene caminos muy diferentes a nuestros caminos, pero que sus caminos son seguros, aunque algunas veces no los entendamos del todo.

La Providencia de Dios es auxilio de su divina gracia para salir airosamente en cualquier circunstancia que presente la historia de nuestra vida. El Evangelio nos vuelve a presentar el cuadro de la Sagrada Familia en un marco de cierta tranquilidad y aun de prosperidad. Así cuando llegan aquellos misteriosos magos venidos de tierras de Oriente encuentran a María en su casa, señal del trabajo y atención de S. José en favor de su familia. Otro de los momentos claves de la prueba de la esperanza en la vida espiritual de la Virgen María lo encontramos en el episodio de la pérdida de Jesús a la edad de doce años y encontrado hasta después de tres días en el Templo en medio de los doctores. Lc con su lenguaje pintoresco nos describe la subida de la Santa Familia a Jerusalén con motivo de la Fiesta de la Pascua. La gran solemnidad judía. Ahí fue, entonces, cuando se perdió Jesús. Es comprensible este hecho si consideramos que en estos momentos Jesús tiene tan solo doce años y en esa edad puede ir aun entre el grupo de mujeres o también ya puede integrarse al grupo de los hombres. Esto nos hace pensar que la Virgen creería que el Niño iba con José y que por el contrario, José pensaría que Jesús iría con su Madre. Es imposible conocer la altura, profundidad, y anchura de los sentimientos de la Virgen María en estos tres días de quebranto. Su Hijo perdido entre aquellas muchedumbres que habían venido a la Fiesta de la Pascua.

La boda de Caná es una magnífica oportunidad para acércanos, una vez más, y contemplar la esperanza teologal de Nuestra Madre de los cielos en un dinamismo asombroso, en una madurez y fortalecimiento que sobrepasa en mucho nuestros débiles juicios. Es en este marco en donde aparece, una vez más, y con una fuerza y claridad inusitada, el ejercicio de la esperanza teologal de la Virgen María.

Los relatos evangélicos nos vuelven a presentar a la Virgen María únicamente en los momentos en que Cristo se encuentra a punto de morir. Era el momento de la prueba suprema en el ejercicio de la esperanza teologal. Ella se esforzaba en vivirlo con toda plenitud. Era una esperanza que trataba de adherirse en forma plena al cumplimiento de la voluntad salvadora de Dios.

Cristo, en medio de facinerosos, como uno más de esos criminales. El, el Hijo de Dios, su rostro, afeado, su cuerpo, terriblemente maltratado, suspendido de una oscura y doliente cruz. Y la Virgen contemplaba ese desastroso panorama. Ella sabía que Cristo era Dios, el Unigénito del Padre de los cielos y que se estaba muriendo en aquellos instantes, y Ella no podía hacer nada, absolutamente nada para impedir aquella horrible tragedia.

Su Hijo estaba muerto, y a Ella le tocaba continuar la obra de su Jesús en la tierra : prolongar la perfecta alabanza a Dios, realizar la perfecta adoración al Dios que orienta con amor nuestras vidas, entregarse confiadamente al cumplimiento de su divina voluntad. En esta forma se esforzaba la Virgen Santísima por superar la prueba de la esperanza teologal. Esperar en Dios con una confianza ilimitada, firme, inquebrantable, aunque las circunstancias y demás acontecimientos vistos desde el ángulo humano estuvieran indicando todo lo contrario.

 

María y el desprendimiento que causa la esperanza teologal.

Al hablar del desprendimiento que realizó el desarrollo de la esperanza teologal en la Virgen Santísima, tengamos que recurrir a la presencia y acción de Dios en su vida, manifestada y gustada, pero también añorada y deseada todo el tiempo que se prolongó esa desgarrante ausencia. Bien pudiera decirse que el desprendimiento en la esperanza teologal de Dios lo inició en forma paulatina, sosegada.

El desprendimiento que nos presenta el ejercicio de la esperanza teologal en la vida de la Virgen María, se puede sintetizar en la ausencia de la presencia de Dios, no como se da en la vida del pecador, quién es culpable de aquella ausencia, es decir, quién es causante del abandono de Dios. Toda su vida se ha realizado en un marco de renuncias de tipo material, de bienes exteriores, y que sin embargo son parte del misterioso desprendimiento que realizó en Ella el perfeccionamiento de la esperanza teologal. Tenía que esperar en Dios, como Dios quería que Ella esperara. Tenía que sufrir el despojo de toda confianza que no estuviera en conexión con el actuar omnipotente de Dios en su vida.

Esta faceta de la vida espiritual de nuestra Madre de los cielos, por verse tan íntimamente unida al misterio de Dios, participa intensamente de todo este conjunto de características que acompañan a lo arcano, a lo trascendente y divino.

 

La Virgen María y el gozo de la esperanza teologal.

El gozo de la esperanza teologal de la Virgen María radicaba en una experiencia del amor de Dios por Ella. Además el ejercicio de su esperanza teologal se desarrollaba en ese gozo limpio y libre de todas las pesanteces propias de quien se mira pecador y atrapado por el brillo seductor de las criaturas.

Su esperanza teologal tiene la característica de un dinamismo que se entrega totalmente al designio de Dios, pero poniendo en actividad todos los recursos que estaban a su alcance.

Los teólogos siempre hacen la relación entre el don de Temor y la virtud teologal de la esperanza en razón de esa divina experiencia sobre la trascendencia de Dios que causa el Espíritu Santo en el alma y que la hace sentir quién es ella y quién es Dios. En cuanto al don de Sabiduría y su acción sobre la esperanza teologal : quién ama, espera, y cuanto más perfecto es el amor, más limpia y perfecta es la esperanza de poder alcanzarlo.

Esta sabiduría divina, era la que la hacía esperar como Dios quería que esperara, la que la hacía amar como Dios quería que amara, la que la hacía adaptarse y entregarse libre y generosamente al cumplimiento de su Divina Voluntad, y, consecuentemente, todo esto era lo que producía en Ella como feliz resultado un gozo divino, inamovible, que se alegraba de esperarlo todo de la bondad de Dios.

Las virtudes teologales son los únicos medios por los cuales el hombre se puede unir a Dios.

 

La Virgen María y el desarrollo de la divina caridad

Es la misma Iglesia la que nos presenta a la Virgen ejercitando la divina caridad en forma práctica y concreta, ya en el nacimiento de Cristo, ya en la visitación a su prima Isabel, etc. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Ella dócil a la acción del Espíritu Santo se dejaba conducir por los caminos del amor, ascendiendo de claridad en claridad, de perfección en perfección, de comunicación, de gozo divino cada vez más pleno.

Esta caridad en grado tan eminente, la ejerció de una manera continúa pero más especialmente cuando se consagró totalmente a Dios, cuando fue presentada en el templo e hizo el voto de virginidad... Finalmente en el calvario, participando en todos los padecimientos por la gloria de Dios, con espíritu de reparación y por la salvación de todos.

María Santísima, nos dice la Iglesia, es fruto del amor de la trinidad: totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo, enriquecida desde el instante de la concepción. Dios Padre la eligió desde la eternidad como Madre toda santa y adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concebidos a ningún otro. Por tanto, la divina caridad es un don de Dios, que fácilmente lo podemos notar en las acciones de Dios sobre María.

Todo el amor de Dios habitando el seno de María. Todo el ser de María bajo la acción de la Divina Caridad. Dios que es el amor infinito, quiso sacar de la nada un ser que se le pareciera tanto, cuanto es posible que una criatura se asemeje a su Creador; un ser que se aproximase, hasta tocarla, a la humanidad de Cristo unidad a su divinidad. Este ser fue la Virgen María.

María nos muestra que fue invadida por la transformante gracia de Dios y de esa manera nos manifiesta su progreso de la divina caridad. Hay que decir que la caridad divina no es más que la participación más plena del mismo amor que Dios tenga por su criatura. El don con que va perfeccionando la caridad es por medio de la sabiduría. La excelencia de su misión de Madre de Dios exigía en Ella la presencia de una caridad tan alta y elevada que estuviera en consonancia con aquel acendrado amor que le profesaba su Hijo, un amor correspondiente a una maternidad humana. Podemos decir que fue muy grande el amor de María. Por un lado hacia Dios y por el otro al prójimo. María murió de amor. Fue su muerte el último delinquido preparado de lejos por muchos otros.

La fuerza del amor lleva al que ama a interesantes más y más por la bondad de la persona amada y cuanto más conoce sus excelencias, virtudes y demás perfecciones, crece en ella la calidad de su amor.

 

La virgen María y la prueba de caridad

La prueba de la caridad por lo tanto se presentará en un marco y con características que exceden anchuramente nuestros conceptos humanos y nuestras formas de actuar. La prueba de la caridad encuentra su feliz solución y respuesta satisfactoria en el misterio de la caridad de Cristo hacia su Divino Padre y hacia los hombres. Prueba del más profundo anonadamiento, de la más limpia abnegación, de la más absoluta entrega al cumplimiento del designio de ña providencia, de la más cumplida docilidad a la acción transformante del Espíritu Santo, fuente Suprema del Divino Amor.

La prueba de la caridad en la existencia de la Virgen María no es otra cosa sino aquel desprendimiento de todo sentimiento humano, por más perfecto que se le pueda suponer, para ser elevado, transformado por la acción de Dios en un sentimiento que se asemeje más y más al modo divino. La virgen por su parte, iluminada por la gracia que en ella abundaba, correspondió a ese llamado de Jesús con un FIAT hágase, en el que ponía su alma entera , sometida y unidad con su divino Hijo.

Así pues, Ella no sólo aceptaba, sino que verdaderamente amaba esta vocación a la que Dios misericordiosamente la llamada. En Ella no existía voluntad sino para ponerla al servicio del Amor. No existía entendimiento sino para emplearlo en el ejercicio del amor. No amor sin sacrificio, ni don de sí sin olvido de sí.

La verdadera prueba de la divina caridad no podía causarla otro, sino solamente Dios; no podía estar fuera de este objeto supremo: el Divino Amor. Esta obra de amor sobre la Virgen, haciéndola Madre y al mismo tiempo conservado su virginidad, es ya en sí una manifestación del amor de Dios por Ella; pero una manifestación que exige de la Virgen María un abandono en la misericordia de Dios para aceptar la presencia de sus planes como a El le complazca.

Para la Virgen María se abren perspectivas de una anchura y dimensión inimaginables. Tiene que amar a su Hijo, pero tiene a su Hijo, pero tiene que amarlo con el amor con que se ama a Dios. Amor perfecto, sobrenatural, divino y por lo mismo más perfecto que cualquiera otra clase de amor.

Una de las pruebas esenciales de la caridad es cuando María se encuentra frente a la cruz de Jesús, es la prueba más perfecta. María amó a su Señor con todas sus fuerza. No retrocedía ante nada. A todo estaba dispuesta con tal de obrar como Dios le pedía. Y sabemos que se les exigieron sacrificios únicos. Ella acepta una vez más el misterio transformante de la divina caridad haciendo su obra en Ella, perfeccionándola, elevándola, posesionándola más y más.

El amor de María la impulsaba a ofrecer su vida para que la justicia de Dios, también sobre ella limpia y santa, encontrara un motivo de complacencia y expiación al amor herido de un Dios rechazado por el hombre. El acto de infinito amor que Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, presentaba con expiación por el pecado del hombre, originaba en el corazón de su Madre sentimientos perfectísimos de la más limpia y noble caridad. Por amor, Ella quería tan solo lo que quería Dios, aunque esto le ocasionara aquellos terribles torneros".

Años de prueba en los que la divina caridad se fue aquilatando hasta alcanzar aquella perfección querida por Dios para su santísima Madre. Anos de un profundo silencio interior iluminado por la presencia de un amor que se posee, pero que tiende a colmarse de esa infinitud amable que presenta. Años de soledad, de separación física de su Hijo y de su Dios, pues si bien es verdad que Ella vivía íntima con Dios, como jamás mortal alguno podrá lograrlo, sin embargo, físicamente, corporalmente, pesaba sobre Ella la ausencia de su Amor.

Prueba de amor, recia y honda, que la hacia vivir su pena en un ámbito de interioridad y nobleza, como aquella pena que vivió Cristo en su agonía espiritual, íntima y que le hizo exclamar: Padre, si es posible, que pase de Mí este cáliz. El amor de María se manifestó también por la paciencia en soportar las aflicciones. Tenía que amar a los hombres con el mismo amor con el que amaba a su Dios. El amor de María, al igual que el de Cristo, se presenta como amor misericordioso, preocupado de realizar el bien, de procurar que los demás participen de la bienaventuranza divina.

El alma que ha llegado al supremo amor copia en su fondo el fondo del Corazón de Jesús; ese amor es doloroso y beatificaste, porque es la plenitud del amor; es unión y es deseo, es posesión y es hambre, es plenitud y es vacío

 

La Virgen María y el gozo de la divina caridad

Su gozo era perfecto como perfecto era su amor. En ella el amor hacia Dios era la firmeza que hundía sus más profundas raíces en la misericordia misma de la omnipotencia divina, que había realizado en Ella grandes maravillas. Este gozo era una experiencia viva, experiencia inteligente de ver la forma como Dios la amaba aún tanta prodigalidad y excelencia. El gozo es fruto del amor y el gozo perfecto viene del amor consumado.

Podemos decir que el gozo era una alegría profunda, que no bastante carecer de arrobamientos, reverberaciones, fenómenos físicos como rompimiento de costillas bajo los fuertes impulsos de los latidos del corazón. Su gozo radicaba en aquella inquebrantable seguridad que tenía de que algún día, cuando Dios lo dispusiera, iría a participar en una forma excepcional de la plenitud del gozo que Dios reserva para sus elegidos.

Su sumisión a Dios expresado; he aquí la esclava del Señor hágase en mi según su palabra, era mas que nada una aceptación jubilosa, vivificada por el amor gozoso de Dios, que la invadía con plenitud desbordante. Gozo humano no perfecto, al contemplar la realización de su vida en correspondencia cabal al designio de Dios, pero sobre todo, gozo divino al descubrir, bajo la asistencia del Espíritu, las excelencias que Dios realizaba en Ella.

El verdadero gozo de María fue su misterio de su divina maternidad. Pero no podemos dejar a un lado la experiencia de ese amor de predilección tan eximio y perfecto como Dios la amaba y se entregaba a Ella. Ya podemos al menos imaginarnos el gozo que ha de haber experimentado la Virgen ante una mirada de amor de su Hijo, ante una de sus caricias divinas, ante una de sus palabras que le inundaban de alegría los íntimos reductos de todos sus sentimientos maternales. Dios la amaba, y esa verdad la Virgen la disfrutaba, la medida, la vivía en la gozosa presencia del amor de Dios.


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