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El libro "Sobre el Sacerdocio" de San Juan Crisóstomo,
es una de las obras de mayor influencia desde su creación;
puesto que refleja de un modo magistral todo lo que debe significar
el sacerdocio ministerial para los hombres que aspiran el poder
ejercerlo dentro de una comunidad específica o para quienes
ya tienen la gracia de ejercerlo en la misma.
De igual modo nos presenta todos los cuidados que debe tener
el futuro y actual presbítero dentro del ejercicio ministerial
hacia con los feligreses, las debidas precauciones que deberá
tomar para no dejarse dominar por el "dragón"
del reconocimiento público, de la vanidad. soberbia y
autoridad, entre muchos otros.
Podríamos decir muchas y variadas loas para poder reflejar
la magistral representación de lo que debe ser un auténtico
sacerdote, pero lo mejor es que uno tenga la posibilidad de tenerlo
entre sus manos y disfrutar de cada una de las líneas
que reflejan ese gran amor y respeto a uno de los dones más
grandes que puede otorgar Dios al hombre: El Sacerdocio Ministerial.
VIDA Y OBRAS
Juan nació en Antioquía de Orontes, en la provincia
de Siria, en fecha que no es fácil determinar. Los historiadores
proponen el 345, 349 o 354, pero a falta de un punto de referencia
cierto anterior al 381, año de su ordenación al
diaconado, no es posible salir de la incertidumbre. Pertenecía
a una familia acomodada; su padre, Segundo, era funcionario civil
de la administración del gobierno militar de Siria; su
madre, Antusa, viuda a los veinte años, se preocupó
de procurarle una educación esmerada. Juan asistió
con toda probabilidad a las lecciones de del orador Libanio y
se preparaba para iniciar su carrera en los dicasterios de la
cancillería imperial. El mismo cuenta que por esos años
pasaba el tiempo en los tribunales y que le apasionaban los espectáculos
teatrales. Pero, poco a poco, bajo la influencia de una amigo
que él llama Basilio, fue alejándose de esta pasión
juvenil. Recibió el bautismo y empezó a frecuentar
el círculo de Diodoro, futuro obispo de Tarso, consagrándose
al estudio de la Biblia y a los ejercicios ascéticos,
viviendo en el mundo. Melecio, obispo de Antioquía, le
ofreció su amistad y probablemente en el 371 lo nombró
lector. Pero su deseo de perfección lo llevó a
abandonar la ciudad para vivir en el desierto de los alrededores
de Antioquía. Primero, durante cuatro años, se
sometió a la dirección de un anciano monje sirio,
luego, buscando ser de todos ignorado, vivió como ermitaño
en una caverna donde aprendió de memoria la Sagrada Escritura.
Pero las privaciones y el frío quebrantaron su salud y
se vió obligado a volver a Antioquía. En el 381,
Melecio le confirió el diaconado y en el 386 Flaviano,
sucesor de Melecio, lo ordenó sacerdote.
Durante doce años, como presbítero de la iglesia
antioquena, entusiasmó a la muchedumbre con el esplendor
de su elocuencia, que le procurará, en el s. V, el sobrenombre
de Crisóstomo (Boca de oro). Al morir Nectario, obispo
de Constantinopla, el 27 de septiembre del 397, la elección
de la corte recayó sobre Juan. Siguiendo órdenes
del emperador, el conde de Antioquía le fijó una
cita en una de las puertas de la ciudad sin revelarle la razón,
y lo encaminó hacia Constantinopla donde fue consagrado
obispo el 26 de febrero del 398.
Desde ese momento Juan se propuso como objetivo combatir los
abusos y reformar la sociedad, promoviendo una observancia más
fiel de los preceptos evangélicos, pero sus exigencias
provocaron la hostilidad de las víctimas de sus invectivas.
La emperatriz Eudoxia y otras damas de la corte, los obispos
de diversas provincias y los monjes que vivían a su aire
en las ciudades, se aliaron contra él. Teófilo,
patriarca de Alejandría, asumió la dirección
del grupo y convocó el Sínodo de la Encina, ante
el que Juan fue obligado a comparecer. Sabedor de la postura
adoptada por los obispos, Juan se negó a comparecer. Primero
fue depuesto (403), y despúes fue de nuevo reintegrado.
Pero se trató de una tregua. En la noche de Pascua del
404, durante el bautismo de algunos de los catecúmenos,
sus enemigos provocaron graves tumultos. La chusma invadió
las iglesias y las profanó. Cinco días después
de la fiesta de Pentecostés, el 9 de junio del 404, el
emperador firmó una orden de exilio y, esta vez, definitivo.
Tras un viaje de tres meses por Asia menor, Juan llegó
a Cucusa, en Armenia, "el lugar más desierto del
mundo" (según sus palabras). Pasaron tres años,
pero bien sus enemigos no cedieron, antes bien, decidieron enviarlo
a Pityus, en la costa oriental del Mar Negro. Agotado por estos
años de penalidades y por marchas forzadas que le imponían
los soldados encargados de su vigilancia, Juan murió durante
el viaje en Comana, provincia del Ponto, el 14 de septiembre
del 407.
De los cuatro grandes Padres del Oriente, y de los tres grandes
doctores ecuménicos de la Iglesia Griega, sólo
uno pertenece a la escuela de Antioquía, San Juan Crisóstomo.
Ningún escritor cristiano de la antigüedad tuvo tantos
biógrafos y panegiristas como él, desde el escrito
más antiguo y mejor de todos, compuesto en el año
415 por el obispo Paladio de Elenópolis, hasta el último,
que se escribió en la época bizantina.
Cada una de las obras de Juan responde a las cambiantes exigencias
de su apostolado, de suerte que para estudiar su abundante producción
literaria es necesario seguir paso a paso las vicisitudes de
su existencia. Su doctrina se nos presenta o en forma de exhortaciones
a personajes determinados,o de homilías con ocasión
de determinados acontecimientos o de festividades litúrgicas
o bajo forma de comentarios al AT y NT. Además, él
es el único, entre los antiguos antioquenos, cuyos escritos
se han conservado casi íntegramente. Este trato de favor
se lo deben a la personalidad de su autor y a su valor intrínseco.
Entre su producción literaria podemos encontrar:
3 breves tratados Contra los detractores de la vida monástica
3 Exhortaciones a Estagiro
2 Exhortaciones a Teodoro
2 Discursos sobre la compunción (remordimiento por las
culpas cometidas)
Sobre la virginidad
A una joven viuda
Sobre el matrimonio único
Sobre las cohabitaciones sospechosas
Cómo observar la virginidad
Homilía (del día de su ordenación sacerdotal)
8 Sermones sobre el Génesis (cuaresma del 386)
Sobre la imcomprensibilidad de Dios (homilía)
8 Discursos contra los judíos (en las festividades judías
de otoño y pascua)
Panegíricos de San Pablo
Sobre las estatuas
Sobre las calendas
Discursos sobre Lázaro y el rico epulón
Sobre la visión de Isaías
Sobre la visión de Osías
Sobre el evangelio de San Juan
Sobre el tratado del sacerdocio
El tratado sobre el sacerdocio, que se conoce también
con el nombre de Diálogo sobre el sacerdocio, y también
como Seis tratados sobre el sacerdocio, es quizá la más
conocida de todas las obras de San Juan Crisóstomo.
La obra se presenta como un diálogo entre dos amigos y
según la costumbre bizantina se encuentra dividida convencionalmente
en seis partes. De ahí la diferencia de nombres con que
es conocida.
El amigo con el que Juan dialoga se llama Basilio. El tema de
la discusión es el sacerdocio. el motivo es sumamente
curioso: ambos amigos han sido elegidos para ser ordenados de
sacerdotes y a último momento, mientras Basilio es llevado
a la ordenación con engaños, Juan huye a pesar
de que había prometido a Basilio que en este asunto de
la ordenación actuarían de total acuerdo tanto
para aceptar como para rechazar la elección.
Las explicaciones que debe dar Juan a Basilio para justificar
el engaño constituyen la ocasión para que aquél
exponga su elevada opinión sobre el sacerdocio y el temor
que le inspiran las exigencias de la vda de quienes ejercen este
ministerio.
Si bien Juan Crisóstomo no profundiza en la teología
del sacerdocio, su obra se destaca por lo que representa como
modelo de espiritualidad sacerdotal.
En su esbozo de la vida sacerdotal, el autor marca de una manera
muy definida la diferencia entre la forma de vida de los monjes
y la de los sacerdotes. Cabría hacer aquí dos advertencias:
la primera es que Juan C., está señalando lo que
es específico del sacerdote: vivir para los demas. La
forma de presentar la argumetación lo lleva a dividir
de manera tan drástica los elementos que pertenecen a
una y otra forma de vida sin admitir matices. En el resto de
la obra se advertirá que sería imposible reunir
las condicones exigidas para la vida sacerdotal (renunciamiento,
dominio de las pasiones, desprecio de la vanagloria, libertad
ante las cosas del mundo, pureza, etc.) si no mediara una intensa
actividad ascética y penitencial. La segunda advertencia
sería de orden más bien histórico. Basta
con recordar la evolución de la forma de vida de los monjes
y la de los sacerdotes para descubrir que las distancias en ciertos
puntos se han acercado. Con el correr de los siglos, los sacerdotes
han ido adquiriendo ciertas prácticas y usos de la vida
monástica; de igual modo sucede con los monjes, dentro
de las inquietudes pastorales de la Iglesia.
La pureza es requerida por la santidad de lo que debe tratar.
San Juan C., describe de manera asombrosa, la grandeza del ministerio
que cumple el sacerdote cuando celebra la Eucaristía y
la dignidad que supone el poder perdonar a los hombres sus pecados.
Se ha de notar que al poner el ejemplo de esto último,
Juan C. no alude al sacramento de la penitencia o reconciliación,
sino al de la unción de los enfermos. Por estos sacramentos
que debe administrar, el sacerdote tiene que ser más puro
que los mismos ángeles.
Pero también el trato con los hombres pone sus requisitos
al sacerdote. El hecho de ser por definición un hombre
para los demás ya supone un total desprendimiento de sí
mismo, una total dedicación a los demás, un amor
a Dios y al prójimo sin límites.
Estas exigencias de pureza y capacidad tienen que darse en una
medida que no es común entre los hombres. Ante esto, parecería
que Juan ha hecho bien rechazando la ordenación sacerdotal.
Y si es así para Juan C., con mucha más razón
para cualquier otro candidato al sacerdocio que se encuentre
en una altura inferior en lo que se refiere a la santidad.
Pero hay que aclarar que el autor no pretende alejar del sacerdocio
a todos los candidatos que se presentan. Su intención
es, más bien, convencer a los indignos para que no se
atrevan a ordenarse. Por esa razón ha elegido esta forma
literaria en la que un hombre que no tiene ni la santidad ni
las condiciones requeridas para recibir la ordenación
sacerdotal explica lo que es el sacerdocio y lo compara con su
propia pequeñez.
El incidente que presta el marco para la realización del
diálogo entre dos amigos parece haber tenido lugar en
el periodo en que Juan está por retirarse a la montaña
vecina a Antioquía para llevar vida monástica.
Tendría que ser entonces en torno al año 376. Pero
los historiadores no estan de acuerdo en lo que se refiere a
la historicidad del hecho: todo lo relatado en este tratado sobre
el sacerdocio pertenece a la historia, y por lo tanto discuten
sobre la identidad de Basilio. Otros en cambio, advierten que
los historiadores antiguos y los biográfos de Juan C.,
nunca mencionan a un amigo de Basilio con el que haya tenido
un trato íntimo, ni tampoco se ocupan de este incidente
de la ordenación. De esta carencia de datos concluyen
que todo es una ficción literaria, un asunto novelesco
que Juan ha creado para dar un marco interesante a su tratado
sobre el sacerdocio.
Otro problema diferente es el de la fecha de composición
del tratado. También en este punto los historiadores están
en desacuerdo: lo escribió mientras vivía en la
soledad (376-381), o siendo ya diácono (381-386), o después
de su ordenación sacerdotal. Lo único seguro es
el dato que nos da San Jerónimo, quién en el año
392, cuando escribió su tratado "Sobre los hombres
ilustres", dijo con cierto desdén: "Juan, presbítero
de la Iglesia de Antioquía... se dice que escribió
mucho, pero yo solamente he leído el libro sobre el sacerdocio".
Por lo tanto tiene que ser anterior a esta fecha.
Contenido
Libro Primero
EL INCIDENTE
(La ordenación sacerdotal) Estabamos en esto (platicando),
él suplicando continuamente y yo sin acceder a nada, cuando
de improviso se corrió un rumor que nos sobresaltó
a los dos. El rumor se refería a que nosotros íbamos
a ser promovidos a la dignidad sacerdotal.
En cuanto oí esto, fui presa del miedo y de la perplejidad.
Tenía miedo de que se me ordenara contra mi voluntad,
y estaba perplejo preguntándome de muchas maneras cómo
pudo ocurrírsele a aquellos hombres pensar algo así
acerca de mí, porque mirándome a mí mismo
encontraba que no tenía nada de digno esta dignidad. Mi
noble amigo vino a verme en privado y me comunicó todas
estas cosas como si yo no las hubiera oído antes, rogándome
que también en esto se viera que obrábamos y pensábamos
lo msimo, como antes. El, por su parte, esta dispuesto a seguirme,
cualquiera fuera el camino que tomara, tanto si fuera necesario
huir como si hubiera que aceptar la elección. No pasó
mucho tiempo y llegó el momento en que nos tenían
que ordenar. Yo me escondí, y él, que no sabía
nada de esto, fue llevado con otra excusa y recibió el
yugo sacerdotal.
Cuando oyó que había huido vino a verme con mucha
tristeza, se sentó mi lado y quería decirme algo,
pero retenido por la perplejidad no podía expresar con
palabras la violencia que había soportado. Viéndolo
lloroso y lleno de turbación, sabiendo cuáñ
era la causa, me reí con mucho gusto y tomándole
la mano derecha quise besársela, dando gracias a Dios
porque mi plan había tenío éxito, como siempre
se lo había pedido. Cuando me vió alegre y risueño
se dio cuenta de que antes había sido engañado
por mi, y se angustió e indignó mucho más
todavía.
¿En qué te he ofendido (dije), ya que me doy cuenta
que desde este punto debo lanzarme a la defensa? ¿Acaso
te ofendí porque te engañé y te oculté
mi desición?
Es muy grande la fuerza del engaño, sólo que no
se debe practicar con la intención de hacer daño.
O mejor dicho, en este caso no se debería llamar engaño
sino dispensación, sabiduría y arte capaz de encontrar
muchas soluciones en los casos insolubles y de corregir los defectos
del alma.
En realidad se llama justamente mentiroso el que engaña
con intención perversa, pero no el que lo hace con sana
intención. Muchas veces es un deber engañar y por
este medio se consiguen los mayores bienes. En cambio, los que
obran rectamente han hecho grandes males a los que no quisieron
engañar.
Libro Segundo
EL SACERDOCIO, PRUEBA DE AMOR
Cristo, cuando estaba hablando con el príncipe de los
apóstoles, le pregunto: Pedro, ¿me amas?. Y cuando
éste le respondió, entonces añadió:
Si me amas, apacienta mis ovejas. El Maestro pregunta al discípulo
si lo ama, pero no para saber, sino para enseñarnos a
nosotros cuánto le interesa el cuidado de sus rebaños.
Por eso, cuando el discípulo respondió: Señor,
tú sabes que te amo. No quería demostrar cuánto
lo amaba Pedro, ya que esto ha quedado de manifiesto por muchas
otras cosas, sino que quería que Pedro y todos nosotros
aprendiéramos cuánto amaba él a su Iglesia
para que también nosotros pusiéramos la mayor dedicación
hacia ella.
A los cristianos, más que a ningún otro, les está
prohibido corregir por la fuerza a los pecadores. Según
la ley, a nosotros no se nos da un poder semejante para reprimir
a los pecadores, y si se nos diera no nos sería de ningún
provecho porque Dios no corona a los que se apartan del mal por
necesidad, sino a los que lo evitan por libre desición.
Por eso es necesario tener mucha habilidad para persuadir a los
enfermos a fin de que se sometan voluntariamente a la curación
que les ofrecen los sacerdotes; y no sólamente eso, sino
que también les agradezcan la curación. Para esto
es necesario que el Pastor tenga gran prudencia y mil ojos para
observar por todos lados el estado del alma.
Si un hombre se aparta de la fe recta, el pastor necesita de
mucha dedicación, constancia y paciencia. No puede arrastrarla
por la fuerza ni obligarla por el temor, sino que por la persuación
tiene que conducirla nuevamente hacia la verdad de la que se
apartó.
Basilio: ¿Entonces tú opinas que para corregir
al prójimo sólo hace falta la fuerza del amor?
Sin duda que es una parte principal que puede contribuir a esto.
Libro Tercero
GRANDEZA Y DIFICULTADES DE LA VIDA SACERDOTAL
Cuando se me ofrece el sacerdocio, que está tan por encima
de los reinos de este mundo como es la distancia que hay entre
el espíritu y la carne ¿se atrevería alguien
a juzgarme de soberbia? ¿no es absurdo que a los que escupen
sobre las cosas insignificantes se les condene como locos, mientras
que a los que hacen lo mismo sobre las cosas más excelsas
los absuelven del reproche de la locura y los acusan de soberbia?
Si alguna vez me hubiera venido este deseo de buscar la gloria,
yo habría debido aceptar antes que huir. ¿Por qué?
Porque esto me daría mucha gloria. Porque el sacerdocio
se ejerce sobre la tierra pero pertence al orden de las intituciones
celestiales. Porque no intituyó este orden un hombre,
ni un ángel, ni un arcángel, ni ningún otro
poder creado, sino que fue el mismo Paráclito el que indujo
a los hombres revestidos de la carne para que imiten el servicio
de los ángeles. Por eso el sacerdote tiene que ser tan
puro como si estuviera en el cielo en medio de las potencias
angélicas.
Son habitantes de la tierra que tienen su morada en la tierra,
y sin embargo han recibido la administración de cosas
celestiales y un poder que Dios no ha dado ni a los ángles
ni a los arcángeles. ¿Y qué otra cosa les
ha dado sino todo el poder celestial? El Padre ha dado al Hijo
todo el juicio; y yo veo que todo el juicio ha sido dado por
el Hijo a los sacerdotes. Sería una locura manifesta despreciar
esta dignidad sin la cual no podemos alcanzar la salvación
ni los bienes que nos han sido prometidos.
Los sacerdotes judíos tenía el poder de curar la
lepra del cuerpo, aunque en realidad no la curaban de ninguna
manera sino que solamente examinaban a los ya curados. Y tú
sabes cómo se ambicionaba el sacerdocio en aquellos tiempos.
En cambio estos sacerdotes no reciben el poder de examinar una
lepra ya curada sino de purificar completamente de ella, y no
la del cuerpo, sino la impureza del alma.
Dios ha dado a los sacerdotes un poder mayor que a los padres
naturales, no sólo para castigar sino también para
hacer el bien. Y la diferencia entre unos y otros es tanta como
la que hay entre la vida presente y la futura. Unos engendran
para esta vida, y los otros para la otra. No solamente tienen
el poder de perdonar los pecados cuando nos hacen nacer por el
bautismo, sino también aquellos que cometemos después.
Los Peligros
Ante todo está el escollo más terrible de todos:
el de la vanagloria. Es el más difícil de sortear
que los que describiron los narradores de mitos, porque a estos
los pudieron atravesar sin peligro muchos navegantes, en cambio,
la vanagloria es tan difícil para mí que ni aun
ahor, que ninguna necesidad me empuja hacia ese abismo, puedo
mantenerme limpio de ese peligro. Si se me encomendara esa función
de presidencia, sería casi como atarme las manos a la
espalda y encargarme a los montruos que habitan aquel escollo
para que me destrocen cada día. ¿Cuáles
son? Ira, desaliento, envidia, discordia, calumnias, acusaciones,
mentira, hipocresía, insidias, irritaciones contra los
que no nos han hecho ningún mal, complacencia en las torpezas
de los compañeros de sacerdocio, dolor por sus éxitos,
amor a las alabanzas, deseo de honores (entre todos, esto es
lo que con más frecuencia derriba el alma humana), instruir
para el placer, adulaciones serviles, halagos impropios de personas
nobles, desprecio de los humildes y solicitud por los ricos,
etc.
El sacerdote debe ser sobrio, perspicaz, y tener mil ojos para
observar por todas partes, como quien no vive para si mismo sino
para la multitud. Pero tú mismo tienes que confesar, aunque
te esfuerces más que cualquiera en ocultar mis defectos
en razón de nuestra amistad, que yo soy perezoso, y que
apenas puedo ocuparme de mi propia salvación.
El hombre ambicioso de vanagloria, cuando recibe el gobierno
de muchos arroja más leña al fuego. Lo mismo sucede
con el que no es capaz de dominar la ira cuando está a
solas o tratando con pocos sino que se deja arrebatar rápidamente
por ella: si se le encomienda la presidencia de muchos se siente
como una fiera azuzada de todas partes y por mucha gente, pierde
la tranquilidad aun estando solo, y acarrea miles de males a
los que le han sido confiados. Como si estuviera en un combate
nocturno, el ojo del alma, entenebrecido, no puede distinguir
entre amigos y enemigos, ni entre indignos y honrados, sino que
a todos los ordena sucesivamente en la misma linea, y aunque
tenga que recibir algún mal, lo soporta todo fácilmente
con tal de satisfacer el placer de su alma.
No, no es posible que los defectos de los sacerdotes permanezcan
ocultos, sino que aun los más pequeños se harán
rapidamente manifiestos. Por eso es necesario que por todas partes
brille la belleza del alma del sacerdote para qu pueda alegrar
e iluminar las almas de los que los contemplan.
El sacerdote debe estar defendido por todas partes, como con
armas de acero, con un empeño intenso y con una vigilancia
continua sobre su vida, observando por todos lados, no sea que
alguien encuentre un lugar abierto y descuidado y le aseste un
golpe mortal, ya que todos lo que lo rodean están dispuestos
a herirlo y a derribarlo, no sólo los enemigos y adversario,
sino también muchos de aquellos que fingen amistad.
Todos quieren juzgar al sacerdote como si no estuviera revestido
de carne y perteneciera a la naturaleza humana, como si se tratara
de un ángel apartado de todas las debilidades. Con los
sacerdotes, los que antes, mientras gobernaba, lo honraban y
adulaban, en cuanto encuentran el menor pretexto se disponen
ferozmente para derribarlo, no sólo como si fuera un tirano,
sino como alguien peor que éste.
Si quieres saber cuáles son las causas de este mal, encontrarás
que son iguales a las anteriores. Tienen una sola raíz,
como si dijéramos una sola madre: la envidia. Y no adoptan
una sola forma, sino que se diversifican.
Libro Cuarto
TREMENDA RESPONSABILIDAD DEL SACERDOCIO
La Iglesia de Cristo, según nos dice San Pablo, es el
cuerpo de Cristo, y aquél a quien se le confía
debe cuidar incansablemente su buena salud y hermosura, vigilando
en todas partes para que ninguna mancha ni arruga, ni ningún
otro defecto similar, venga a afear su belleza y apariencia.
La palabra es el instrumento, es el alimento, es la mejor temperatura
del aire. Está en lugar de la medicina, está en
lugar del fuego, está en lugar del hierro. Si se debe
quemar o cortar, es necesario utilizar de la palabra. Con la
palabra levantamos el alma caida y calmamos la inflamada, cortamos
lo superfluo, suplimos las carencias, y finalmente hacemos todas
las demás cosas que nos son convenientes para la salud
del alma.
Nuestra preparación no debe estar orientada a una sola
forma de combate, ya que la guerra es muy variada y en ella luchan
enemigos muy diferentes, no todos llevan las mismas armas ni
nos atacan de la misma manera. Por eso es necerario fortificarnos
bien y en todos los órdenes.
Aqui el peligro es grande y el camino angosto, estrecho y bordeado
de precipicios por ambos lados. Hay un temor nada pequeño
de que queriedo herir a uno se reciba un golpe de otro. Por eso,
el que preside la comunidad debe usar también aquí
de una gran prudencia, para apartar a éstos de las investigaciones
absurdas y para evitar esas acusaciones.
Para todas estas cosas no se ha dado ningún otro auxilio
que el de la palabra, y si alguien está privado de esta
fuerza, las almas de los hombres puestos bajo su autoridad, no
están en mejor condición que las naves azotadas
por continuas tempestades. Por eso es necesario que el sacerdote
haga todo lo que se deba para adquirir esa fuerza.
Escucha lo que dice San Pablo escibiendo a su discípulo:
"Dedícate a la lectura, a la exhortación,
a la enseñanza". Y continúa diciendo cuál
es el fruto que se sigue en todo esto: "Haciendo esto te
salvarás a ti mismo y a los que te escuchen". Y también
"El servidor de Dios no debe discutir; al contrario, debe
ser amable con todos, saber enseñar y ser paciente".
Un poco más adelante dice: "Tu persevera en lo que
has aprendido y en lo que has creído, sabiendo de quién
lo aprendiste y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras
que te pueden hacer sabio para la salvación".
Pero cuando se trata de los sacerdotes: "Los presbíteros
que presiden bien la comunidad sean tenidos como dignos de doble
honor, especialmente los que se ocupan de la palabra y de la
enseñanza". Para enseñar no basta con hacer,
y esta no es palabra mía sino del mismo Salvador que dice:
"El que hace y enseña será llamado grande...".
Si el hacer ya fuera enseñar, sería superfluo lo
segundo y habría bastado con decir solamente: "El
que hace".
Libro Quinto
LA PREDICACION
Cuando tenga capacidad para expresarse bien, no estará
libre de trabajar continuamente, porque si no cultiva esta capacidad
con dedicación y ejercicio continuo, ella lo abandonará.
La grandeza del alma no se debe mostrar solamente haste este
punto de despreciar las alabanzas, sino que se debe ir más
adelante todavía para que el fruto no se malogre. Ya que
es forzoso que el que preside tenga que soportar reproches sin
fundamento, no está bien temer desmesuradamente ni temblar
por las acusaciones inoportunas, pero tampoco despreciarlas sin
más.
No hay nada que aumente tanto la buena o mala fama como la multitud
indisciplinada acostumbrada a oír y a hablar sin buscar
pruebas, y que repite simplemente todo lo que le llega sin preocuparse
de la verdad.
Si alguien se deja abatir por estos incidentes, no podrá
hacer nunca nada noble y digno de admiración, porque la
tristeza y las constantes preocupaciones puede derribar la fuerza
del alma y llevarla hasta la más tremenda debilidad. De
la misma manera es necesario que el sacerdote se comporte con
los que están bajo su autoridad como se comportaría
un padre con sus hijos más pequeños.
Hay que estar preparado con valor para enfrentar todos estos
contratiempos, perdonando a los que tienen estos sentimientos
por ignorancia y llorar como a desgraciados y dignos de misericordia
a los que tienen por envidia, sin pensar que la capacidad oratoria
haya quedado disminuida por obra de cualquiera de ellos.
De la misma manera, el que se lanza a este combate de la predicación
no debe atender los elogios de los profanos, ni tampoco deprimir
su espíritu por causa de ellos. Trabaje su predicación
como para agradar a Dios.
Si hay alguien entre los hombres que pueda pisotear a esta bestia
difícil de atrapar, invencible y salvaje, que es el deseo
de gozar de fama entre la gente, y puede cortarle sus muchas
cabezas, o mejor aún, no dejar que nazcan, ese hombre
podrá rechazar fácilmente sus muchos ataques y
gozará de un tranquilo puerto. Pero si no se puede liberar,
derramará sobre su propia alma una guerra de múltiples
formas, una confusión continua, la tristeza y la multitud
de las demás pasiones.
Libro Sexto
EXIGENCIAS DE LA VIDA SACERDOTAL
Ciertamente que el sacerdote debe tener el alma más pura
que los mismos rayos de la luz para que el Espíritu Santo
nunca la abandone y pueda decir: "Yo vivo, pero no soy yo
quien vive sino que es Cristo quien vive en mí".
En realidad, el sacerdote debe tener mayor pureza que el monje.
Y siendo así que se le exige mayor pureza, está
sometido a mayores exigencias que pueden mancharlo, si no aplica
una continua vigilancia y un gran fervor para que su alma quede
bien protegida.
La mayor parte de los que están sujetos al sacerdote están
encadenados a las preocupaciones de la vida, y esto los hace
más flojos para el ejercicio de las cosas espirituales.
De ahí la necesidad de que el maestro siembre cada día,
como se dice, para que, por lo menos por la continuidad, la palabra
de la predicación pueda prender en los oyentes. Las grandes
riquezas, la importancia del poder, la tibieza producida por
el lujo, y muchas otras causas, además de éstas,
ahogan las semillas sembradas.
El sacerdote no solamente ha de ser tan puro como lo exige el
ministerio que ha recibido, sino que debe ser también
sumamente prudente y con experiencia en todo; debe conocer las
cosas de la vida no menos que los que están en medio del
mundo, y al mismo tiempo tiene que estar más desprendido
de ellas que los monjes que viven en las montañas.
El sacerdote debe ser múltiple. Cuando digo múltiple,
no quiero decir engañador, ni adulador, ni hipócrita.
Quiero decir que debe estar dotado de mucha libertad y franqueza,
que sabe condescender útilmente cuando las cosas lo exigen,
y ser a la vez bondadoso y severo.
El que entra en este estadio del sacerdocio debe pisotear ante
todo su propia gloria, estar por encima de la ira y estar lleno
de prudencia, pero el que ama la vida solitaria no tiene ocación
de ejercitarse en ninguna de estas cosas porque no tiene muchos
que lo irriten como para ejercitarse en su reflenar el ímpetu
de la ira, ni tiene a los que lo feliciten y aplaudan como para
aprender a despreciar las alabanzas de la gente, ni se trata
entre ellos de la prudencia que se requieren en el gobierno de
la Iglesia.
IMPORTANCIA PARA LA HISTORIA
No hay obra de Crisóstomo que se conozca mejor y que se
haya traducido con más frecuencia y editado más
veces que sus seis libros Sobre el Sacerdocio. Pocos años
después de la muerte de Juan Crisóstomo, Isidoro
de Pelusio declaraba: "No hay ninguno que haya leído
este libro y no haya quedado herido por el amor divino. Muestra
el sacerdocio como algo augusto y difícil de alcanzar,
y enseña cómo se ha de cumplir sin reproche. Porque
lo compuso Juan C., el sabio intérprete delos misterios
de Dios, luz de la Iglesia de Bizancio y de la Iglesia entera,
y lo hizo con tal delicadeza, densidad y presición, que
todos aquellos que ejercen el sacerdocio como Dios manda o lo
tratan con negligencia encuentran aquí retratadas sus
virtudes o sus faltas"
A juicio de Suidas, sobrepasa a todos los demás escritos
de Crisóstomo en sublimidad de pensamiento, pureza de
dicción, suavidad y elegancia de estilo. Efectivamente,
siempre se le ha considerado como un clásico del sacerdocio
y uno de los mejores tesoros de la literatura patrística.
BIBLIOGRAFIA
Consultada
SAN JUAN CRISOSTOMO. El Sacerdocio. Paulinas, Argentina.
J. QUASTEN, Patrología II. BAC, Madrid 1962. p.
Diccionario Patrístico y de la Antigüedad cristiana
II. Sígueme, Col. Verdad e Imagen 98. Salamanca 1992,
Editio Princeps
Colecciones (ediciones completas de las obras de San Juan Crisóstomo)
FRONTON du Duc, s.j. 12 vols. París 1609-1633.
HENRY SAVILE, 8 vols. Eton 1612.
MONTFAUCON, Bernard de, o.s.b., 13 vols. París 1718-1738.
Sobre el Sacerdocio (primeras traducciones)
H. HOLLIER, Londres 1728. (Inglés)
RUIZ BUENO, Daniel. Madrid 1945 (Español)
CONCLUSION
Esta magistral obra de San Juan Crisóstomo es un gran
tesoro del patrimonio de los Padres de la Iglesia, el cual, a
mi juicio, debería poseer todos y cada uno de los sacerdotes
que ejercen su ministerio, sea dentro de una diócesis
o en campo misión; pues es un gran recordatorio de los
cuidados que se deben tener tener dentro del ejercicio del mismo.
De igual modo, el hombre, aspirante al Ministerio Sagrado, debe
tenerlo como libro de cabecera y meditación por la profundidad
de su reflexiones. Esto recomendándolo de preferencia
a los que cursan los estudios teológicos; pues en el caminar
por su ideal que es el Sacerdocio Ministerial, la teología
representa la recta final, por lo que ayudaría mucho a
que el aspirante clarificara inquietudes y robusteciera su corazón,
con la ayuda de Dios para poder resistir los posibles asaltos
de las adulaciones, u otras tentaciones que muchas de las veces
destruyen el alma de un Consagrado a Dios.
Miguel Angel Ponce
R
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