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De Sacerdotis
San Juan Crisóstomo



El libro "Sobre el Sacerdocio" de San Juan Crisóstomo, es una de las obras de mayor influencia desde su creación; puesto que refleja de un modo magistral todo lo que debe significar el sacerdocio ministerial para los hombres que aspiran el poder ejercerlo dentro de una comunidad específica o para quienes ya tienen la gracia de ejercerlo en la misma.

De igual modo nos presenta todos los cuidados que debe tener el futuro y actual presbítero dentro del ejercicio ministerial hacia con los feligreses, las debidas precauciones que deberá tomar para no dejarse dominar por el "dragón" del reconocimiento público, de la vanidad. soberbia y autoridad, entre muchos otros.

Podríamos decir muchas y variadas loas para poder reflejar la magistral representación de lo que debe ser un auténtico sacerdote, pero lo mejor es que uno tenga la posibilidad de tenerlo entre sus manos y disfrutar de cada una de las líneas que reflejan ese gran amor y respeto a uno de los dones más grandes que puede otorgar Dios al hombre: El Sacerdocio Ministerial.

VIDA Y OBRAS

Juan nació en Antioquía de Orontes, en la provincia de Siria, en fecha que no es fácil determinar. Los historiadores proponen el 345, 349 o 354, pero a falta de un punto de referencia cierto anterior al 381, año de su ordenación al diaconado, no es posible salir de la incertidumbre. Pertenecía a una familia acomodada; su padre, Segundo, era funcionario civil de la administración del gobierno militar de Siria; su madre, Antusa, viuda a los veinte años, se preocupó de procurarle una educación esmerada. Juan asistió con toda probabilidad a las lecciones de del orador Libanio y se preparaba para iniciar su carrera en los dicasterios de la cancillería imperial. El mismo cuenta que por esos años pasaba el tiempo en los tribunales y que le apasionaban los espectáculos teatrales. Pero, poco a poco, bajo la influencia de una amigo que él llama Basilio, fue alejándose de esta pasión juvenil. Recibió el bautismo y empezó a frecuentar el círculo de Diodoro, futuro obispo de Tarso, consagrándose al estudio de la Biblia y a los ejercicios ascéticos, viviendo en el mundo. Melecio, obispo de Antioquía, le ofreció su amistad y probablemente en el 371 lo nombró lector. Pero su deseo de perfección lo llevó a abandonar la ciudad para vivir en el desierto de los alrededores de Antioquía. Primero, durante cuatro años, se sometió a la dirección de un anciano monje sirio, luego, buscando ser de todos ignorado, vivió como ermitaño en una caverna donde aprendió de memoria la Sagrada Escritura. Pero las privaciones y el frío quebrantaron su salud y se vió obligado a volver a Antioquía. En el 381, Melecio le confirió el diaconado y en el 386 Flaviano, sucesor de Melecio, lo ordenó sacerdote.

Durante doce años, como presbítero de la iglesia antioquena, entusiasmó a la muchedumbre con el esplendor de su elocuencia, que le procurará, en el s. V, el sobrenombre de Crisóstomo (Boca de oro). Al morir Nectario, obispo de Constantinopla, el 27 de septiembre del 397, la elección de la corte recayó sobre Juan. Siguiendo órdenes del emperador, el conde de Antioquía le fijó una cita en una de las puertas de la ciudad sin revelarle la razón, y lo encaminó hacia Constantinopla donde fue consagrado obispo el 26 de febrero del 398.

Desde ese momento Juan se propuso como objetivo combatir los abusos y reformar la sociedad, promoviendo una observancia más fiel de los preceptos evangélicos, pero sus exigencias provocaron la hostilidad de las víctimas de sus invectivas. La emperatriz Eudoxia y otras damas de la corte, los obispos de diversas provincias y los monjes que vivían a su aire en las ciudades, se aliaron contra él. Teófilo, patriarca de Alejandría, asumió la dirección del grupo y convocó el Sínodo de la Encina, ante el que Juan fue obligado a comparecer. Sabedor de la postura adoptada por los obispos, Juan se negó a comparecer. Primero fue depuesto (403), y despúes fue de nuevo reintegrado. Pero se trató de una tregua. En la noche de Pascua del 404, durante el bautismo de algunos de los catecúmenos, sus enemigos provocaron graves tumultos. La chusma invadió las iglesias y las profanó. Cinco días después de la fiesta de Pentecostés, el 9 de junio del 404, el emperador firmó una orden de exilio y, esta vez, definitivo. Tras un viaje de tres meses por Asia menor, Juan llegó a Cucusa, en Armenia, "el lugar más desierto del mundo" (según sus palabras). Pasaron tres años, pero bien sus enemigos no cedieron, antes bien, decidieron enviarlo a Pityus, en la costa oriental del Mar Negro. Agotado por estos años de penalidades y por marchas forzadas que le imponían los soldados encargados de su vigilancia, Juan murió durante el viaje en Comana, provincia del Ponto, el 14 de septiembre del 407.

De los cuatro grandes Padres del Oriente, y de los tres grandes doctores ecuménicos de la Iglesia Griega, sólo uno pertenece a la escuela de Antioquía, San Juan Crisóstomo. Ningún escritor cristiano de la antigüedad tuvo tantos biógrafos y panegiristas como él, desde el escrito más antiguo y mejor de todos, compuesto en el año 415 por el obispo Paladio de Elenópolis, hasta el último, que se escribió en la época bizantina.

Cada una de las obras de Juan responde a las cambiantes exigencias de su apostolado, de suerte que para estudiar su abundante producción literaria es necesario seguir paso a paso las vicisitudes de su existencia. Su doctrina se nos presenta o en forma de exhortaciones a personajes determinados,o de homilías con ocasión de determinados acontecimientos o de festividades litúrgicas o bajo forma de comentarios al AT y NT. Además, él es el único, entre los antiguos antioquenos, cuyos escritos se han conservado casi íntegramente. Este trato de favor se lo deben a la personalidad de su autor y a su valor intrínseco.

Entre su producción literaria podemos encontrar:
3 breves tratados Contra los detractores de la vida monástica
3 Exhortaciones a Estagiro
2 Exhortaciones a Teodoro
2 Discursos sobre la compunción (remordimiento por las culpas cometidas)
Sobre la virginidad
A una joven viuda
Sobre el matrimonio único
Sobre las cohabitaciones sospechosas
Cómo observar la virginidad
Homilía (del día de su ordenación sacerdotal)
8 Sermones sobre el Génesis (cuaresma del 386)
Sobre la imcomprensibilidad de Dios (homilía)
8 Discursos contra los judíos (en las festividades judías de otoño y pascua)
Panegíricos de San Pablo
Sobre las estatuas
Sobre las calendas
Discursos sobre Lázaro y el rico epulón
Sobre la visión de Isaías
Sobre la visión de Osías
Sobre el evangelio de San Juan

Sobre el tratado del sacerdocio

El tratado sobre el sacerdocio, que se conoce también con el nombre de Diálogo sobre el sacerdocio, y también como Seis tratados sobre el sacerdocio, es quizá la más conocida de todas las obras de San Juan Crisóstomo.

La obra se presenta como un diálogo entre dos amigos y según la costumbre bizantina se encuentra dividida convencionalmente en seis partes. De ahí la diferencia de nombres con que es conocida.

El amigo con el que Juan dialoga se llama Basilio. El tema de la discusión es el sacerdocio. el motivo es sumamente curioso: ambos amigos han sido elegidos para ser ordenados de sacerdotes y a último momento, mientras Basilio es llevado a la ordenación con engaños, Juan huye a pesar de que había prometido a Basilio que en este asunto de la ordenación actuarían de total acuerdo tanto para aceptar como para rechazar la elección.

Las explicaciones que debe dar Juan a Basilio para justificar el engaño constituyen la ocasión para que aquél exponga su elevada opinión sobre el sacerdocio y el temor que le inspiran las exigencias de la vda de quienes ejercen este ministerio.

Si bien Juan Crisóstomo no profundiza en la teología del sacerdocio, su obra se destaca por lo que representa como modelo de espiritualidad sacerdotal.

En su esbozo de la vida sacerdotal, el autor marca de una manera muy definida la diferencia entre la forma de vida de los monjes y la de los sacerdotes. Cabría hacer aquí dos advertencias: la primera es que Juan C., está señalando lo que es específico del sacerdote: vivir para los demas. La forma de presentar la argumetación lo lleva a dividir de manera tan drástica los elementos que pertenecen a una y otra forma de vida sin admitir matices. En el resto de la obra se advertirá que sería imposible reunir las condicones exigidas para la vida sacerdotal (renunciamiento, dominio de las pasiones, desprecio de la vanagloria, libertad ante las cosas del mundo, pureza, etc.) si no mediara una intensa actividad ascética y penitencial. La segunda advertencia sería de orden más bien histórico. Basta con recordar la evolución de la forma de vida de los monjes y la de los sacerdotes para descubrir que las distancias en ciertos puntos se han acercado. Con el correr de los siglos, los sacerdotes han ido adquiriendo ciertas prácticas y usos de la vida monástica; de igual modo sucede con los monjes, dentro de las inquietudes pastorales de la Iglesia.

La pureza es requerida por la santidad de lo que debe tratar. San Juan C., describe de manera asombrosa, la grandeza del ministerio que cumple el sacerdote cuando celebra la Eucaristía y la dignidad que supone el poder perdonar a los hombres sus pecados. Se ha de notar que al poner el ejemplo de esto último, Juan C. no alude al sacramento de la penitencia o reconciliación, sino al de la unción de los enfermos. Por estos sacramentos que debe administrar, el sacerdote tiene que ser más puro que los mismos ángeles.

Pero también el trato con los hombres pone sus requisitos al sacerdote. El hecho de ser por definición un hombre para los demás ya supone un total desprendimiento de sí mismo, una total dedicación a los demás, un amor a Dios y al prójimo sin límites.

Estas exigencias de pureza y capacidad tienen que darse en una medida que no es común entre los hombres. Ante esto, parecería que Juan ha hecho bien rechazando la ordenación sacerdotal. Y si es así para Juan C., con mucha más razón para cualquier otro candidato al sacerdocio que se encuentre en una altura inferior en lo que se refiere a la santidad.

Pero hay que aclarar que el autor no pretende alejar del sacerdocio a todos los candidatos que se presentan. Su intención es, más bien, convencer a los indignos para que no se atrevan a ordenarse. Por esa razón ha elegido esta forma literaria en la que un hombre que no tiene ni la santidad ni las condiciones requeridas para recibir la ordenación sacerdotal explica lo que es el sacerdocio y lo compara con su propia pequeñez.

El incidente que presta el marco para la realización del diálogo entre dos amigos parece haber tenido lugar en el periodo en que Juan está por retirarse a la montaña vecina a Antioquía para llevar vida monástica. Tendría que ser entonces en torno al año 376. Pero los historiadores no estan de acuerdo en lo que se refiere a la historicidad del hecho: todo lo relatado en este tratado sobre el sacerdocio pertenece a la historia, y por lo tanto discuten sobre la identidad de Basilio. Otros en cambio, advierten que los historiadores antiguos y los biográfos de Juan C., nunca mencionan a un amigo de Basilio con el que haya tenido un trato íntimo, ni tampoco se ocupan de este incidente de la ordenación. De esta carencia de datos concluyen que todo es una ficción literaria, un asunto novelesco que Juan ha creado para dar un marco interesante a su tratado sobre el sacerdocio.

Otro problema diferente es el de la fecha de composición del tratado. También en este punto los historiadores están en desacuerdo: lo escribió mientras vivía en la soledad (376-381), o siendo ya diácono (381-386), o después de su ordenación sacerdotal. Lo único seguro es el dato que nos da San Jerónimo, quién en el año 392, cuando escribió su tratado "Sobre los hombres ilustres", dijo con cierto desdén: "Juan, presbítero de la Iglesia de Antioquía... se dice que escribió mucho, pero yo solamente he leído el libro sobre el sacerdocio". Por lo tanto tiene que ser anterior a esta fecha.

Contenido

Libro Primero
EL INCIDENTE

(La ordenación sacerdotal) Estabamos en esto (platicando), él suplicando continuamente y yo sin acceder a nada, cuando de improviso se corrió un rumor que nos sobresaltó a los dos. El rumor se refería a que nosotros íbamos a ser promovidos a la dignidad sacerdotal.

En cuanto oí esto, fui presa del miedo y de la perplejidad. Tenía miedo de que se me ordenara contra mi voluntad, y estaba perplejo preguntándome de muchas maneras cómo pudo ocurrírsele a aquellos hombres pensar algo así acerca de mí, porque mirándome a mí mismo encontraba que no tenía nada de digno esta dignidad. Mi noble amigo vino a verme en privado y me comunicó todas estas cosas como si yo no las hubiera oído antes, rogándome que también en esto se viera que obrábamos y pensábamos lo msimo, como antes. El, por su parte, esta dispuesto a seguirme, cualquiera fuera el camino que tomara, tanto si fuera necesario huir como si hubiera que aceptar la elección. No pasó mucho tiempo y llegó el momento en que nos tenían que ordenar. Yo me escondí, y él, que no sabía nada de esto, fue llevado con otra excusa y recibió el yugo sacerdotal.

Cuando oyó que había huido vino a verme con mucha tristeza, se sentó mi lado y quería decirme algo, pero retenido por la perplejidad no podía expresar con palabras la violencia que había soportado. Viéndolo lloroso y lleno de turbación, sabiendo cuáñ era la causa, me reí con mucho gusto y tomándole la mano derecha quise besársela, dando gracias a Dios porque mi plan había tenío éxito, como siempre se lo había pedido. Cuando me vió alegre y risueño se dio cuenta de que antes había sido engañado por mi, y se angustió e indignó mucho más todavía.

¿En qué te he ofendido (dije), ya que me doy cuenta que desde este punto debo lanzarme a la defensa? ¿Acaso te ofendí porque te engañé y te oculté mi desición?

Es muy grande la fuerza del engaño, sólo que no se debe practicar con la intención de hacer daño. O mejor dicho, en este caso no se debería llamar engaño sino dispensación, sabiduría y arte capaz de encontrar muchas soluciones en los casos insolubles y de corregir los defectos del alma.

En realidad se llama justamente mentiroso el que engaña con intención perversa, pero no el que lo hace con sana intención. Muchas veces es un deber engañar y por este medio se consiguen los mayores bienes. En cambio, los que obran rectamente han hecho grandes males a los que no quisieron engañar.

Libro Segundo
EL SACERDOCIO, PRUEBA DE AMOR

Cristo, cuando estaba hablando con el príncipe de los apóstoles, le pregunto: Pedro, ¿me amas?. Y cuando éste le respondió, entonces añadió: Si me amas, apacienta mis ovejas. El Maestro pregunta al discípulo si lo ama, pero no para saber, sino para enseñarnos a nosotros cuánto le interesa el cuidado de sus rebaños. Por eso, cuando el discípulo respondió: Señor, tú sabes que te amo. No quería demostrar cuánto lo amaba Pedro, ya que esto ha quedado de manifiesto por muchas otras cosas, sino que quería que Pedro y todos nosotros aprendiéramos cuánto amaba él a su Iglesia para que también nosotros pusiéramos la mayor dedicación hacia ella.

A los cristianos, más que a ningún otro, les está prohibido corregir por la fuerza a los pecadores. Según la ley, a nosotros no se nos da un poder semejante para reprimir a los pecadores, y si se nos diera no nos sería de ningún provecho porque Dios no corona a los que se apartan del mal por necesidad, sino a los que lo evitan por libre desición. Por eso es necesario tener mucha habilidad para persuadir a los enfermos a fin de que se sometan voluntariamente a la curación que les ofrecen los sacerdotes; y no sólamente eso, sino que también les agradezcan la curación. Para esto es necesario que el Pastor tenga gran prudencia y mil ojos para observar por todos lados el estado del alma.

Si un hombre se aparta de la fe recta, el pastor necesita de mucha dedicación, constancia y paciencia. No puede arrastrarla por la fuerza ni obligarla por el temor, sino que por la persuación tiene que conducirla nuevamente hacia la verdad de la que se apartó.

Basilio: ¿Entonces tú opinas que para corregir al prójimo sólo hace falta la fuerza del amor?

Sin duda que es una parte principal que puede contribuir a esto.

Libro Tercero
GRANDEZA Y DIFICULTADES DE LA VIDA SACERDOTAL

Cuando se me ofrece el sacerdocio, que está tan por encima de los reinos de este mundo como es la distancia que hay entre el espíritu y la carne ¿se atrevería alguien a juzgarme de soberbia? ¿no es absurdo que a los que escupen sobre las cosas insignificantes se les condene como locos, mientras que a los que hacen lo mismo sobre las cosas más excelsas los absuelven del reproche de la locura y los acusan de soberbia? Si alguna vez me hubiera venido este deseo de buscar la gloria, yo habría debido aceptar antes que huir. ¿Por qué? Porque esto me daría mucha gloria. Porque el sacerdocio se ejerce sobre la tierra pero pertence al orden de las intituciones celestiales. Porque no intituyó este orden un hombre, ni un ángel, ni un arcángel, ni ningún otro poder creado, sino que fue el mismo Paráclito el que indujo a los hombres revestidos de la carne para que imiten el servicio de los ángeles. Por eso el sacerdote tiene que ser tan puro como si estuviera en el cielo en medio de las potencias angélicas.

Son habitantes de la tierra que tienen su morada en la tierra, y sin embargo han recibido la administración de cosas celestiales y un poder que Dios no ha dado ni a los ángles ni a los arcángeles. ¿Y qué otra cosa les ha dado sino todo el poder celestial? El Padre ha dado al Hijo todo el juicio; y yo veo que todo el juicio ha sido dado por el Hijo a los sacerdotes. Sería una locura manifesta despreciar esta dignidad sin la cual no podemos alcanzar la salvación ni los bienes que nos han sido prometidos.

Los sacerdotes judíos tenía el poder de curar la lepra del cuerpo, aunque en realidad no la curaban de ninguna manera sino que solamente examinaban a los ya curados. Y tú sabes cómo se ambicionaba el sacerdocio en aquellos tiempos. En cambio estos sacerdotes no reciben el poder de examinar una lepra ya curada sino de purificar completamente de ella, y no la del cuerpo, sino la impureza del alma.

Dios ha dado a los sacerdotes un poder mayor que a los padres naturales, no sólo para castigar sino también para hacer el bien. Y la diferencia entre unos y otros es tanta como la que hay entre la vida presente y la futura. Unos engendran para esta vida, y los otros para la otra. No solamente tienen el poder de perdonar los pecados cuando nos hacen nacer por el bautismo, sino también aquellos que cometemos después.

Los Peligros

Ante todo está el escollo más terrible de todos: el de la vanagloria. Es el más difícil de sortear que los que describiron los narradores de mitos, porque a estos los pudieron atravesar sin peligro muchos navegantes, en cambio, la vanagloria es tan difícil para mí que ni aun ahor, que ninguna necesidad me empuja hacia ese abismo, puedo mantenerme limpio de ese peligro. Si se me encomendara esa función de presidencia, sería casi como atarme las manos a la espalda y encargarme a los montruos que habitan aquel escollo para que me destrocen cada día. ¿Cuáles son? Ira, desaliento, envidia, discordia, calumnias, acusaciones, mentira, hipocresía, insidias, irritaciones contra los que no nos han hecho ningún mal, complacencia en las torpezas de los compañeros de sacerdocio, dolor por sus éxitos, amor a las alabanzas, deseo de honores (entre todos, esto es lo que con más frecuencia derriba el alma humana), instruir para el placer, adulaciones serviles, halagos impropios de personas nobles, desprecio de los humildes y solicitud por los ricos, etc.

El sacerdote debe ser sobrio, perspicaz, y tener mil ojos para observar por todas partes, como quien no vive para si mismo sino para la multitud. Pero tú mismo tienes que confesar, aunque te esfuerces más que cualquiera en ocultar mis defectos en razón de nuestra amistad, que yo soy perezoso, y que apenas puedo ocuparme de mi propia salvación.

El hombre ambicioso de vanagloria, cuando recibe el gobierno de muchos arroja más leña al fuego. Lo mismo sucede con el que no es capaz de dominar la ira cuando está a solas o tratando con pocos sino que se deja arrebatar rápidamente por ella: si se le encomienda la presidencia de muchos se siente como una fiera azuzada de todas partes y por mucha gente, pierde la tranquilidad aun estando solo, y acarrea miles de males a los que le han sido confiados. Como si estuviera en un combate nocturno, el ojo del alma, entenebrecido, no puede distinguir entre amigos y enemigos, ni entre indignos y honrados, sino que a todos los ordena sucesivamente en la misma linea, y aunque tenga que recibir algún mal, lo soporta todo fácilmente con tal de satisfacer el placer de su alma.

No, no es posible que los defectos de los sacerdotes permanezcan ocultos, sino que aun los más pequeños se harán rapidamente manifiestos. Por eso es necesario que por todas partes brille la belleza del alma del sacerdote para qu pueda alegrar e iluminar las almas de los que los contemplan.

El sacerdote debe estar defendido por todas partes, como con armas de acero, con un empeño intenso y con una vigilancia continua sobre su vida, observando por todos lados, no sea que alguien encuentre un lugar abierto y descuidado y le aseste un golpe mortal, ya que todos lo que lo rodean están dispuestos a herirlo y a derribarlo, no sólo los enemigos y adversario, sino también muchos de aquellos que fingen amistad.

Todos quieren juzgar al sacerdote como si no estuviera revestido de carne y perteneciera a la naturaleza humana, como si se tratara de un ángel apartado de todas las debilidades. Con los sacerdotes, los que antes, mientras gobernaba, lo honraban y adulaban, en cuanto encuentran el menor pretexto se disponen ferozmente para derribarlo, no sólo como si fuera un tirano, sino como alguien peor que éste.

Si quieres saber cuáles son las causas de este mal, encontrarás que son iguales a las anteriores. Tienen una sola raíz, como si dijéramos una sola madre: la envidia. Y no adoptan una sola forma, sino que se diversifican.

Libro Cuarto
TREMENDA RESPONSABILIDAD DEL SACERDOCIO

La Iglesia de Cristo, según nos dice San Pablo, es el cuerpo de Cristo, y aquél a quien se le confía debe cuidar incansablemente su buena salud y hermosura, vigilando en todas partes para que ninguna mancha ni arruga, ni ningún otro defecto similar, venga a afear su belleza y apariencia.

La palabra es el instrumento, es el alimento, es la mejor temperatura del aire. Está en lugar de la medicina, está en lugar del fuego, está en lugar del hierro. Si se debe quemar o cortar, es necesario utilizar de la palabra. Con la palabra levantamos el alma caida y calmamos la inflamada, cortamos lo superfluo, suplimos las carencias, y finalmente hacemos todas las demás cosas que nos son convenientes para la salud del alma.

Nuestra preparación no debe estar orientada a una sola forma de combate, ya que la guerra es muy variada y en ella luchan enemigos muy diferentes, no todos llevan las mismas armas ni nos atacan de la misma manera. Por eso es necerario fortificarnos bien y en todos los órdenes.

Aqui el peligro es grande y el camino angosto, estrecho y bordeado de precipicios por ambos lados. Hay un temor nada pequeño de que queriedo herir a uno se reciba un golpe de otro. Por eso, el que preside la comunidad debe usar también aquí de una gran prudencia, para apartar a éstos de las investigaciones absurdas y para evitar esas acusaciones.

Para todas estas cosas no se ha dado ningún otro auxilio que el de la palabra, y si alguien está privado de esta fuerza, las almas de los hombres puestos bajo su autoridad, no están en mejor condición que las naves azotadas por continuas tempestades. Por eso es necesario que el sacerdote haga todo lo que se deba para adquirir esa fuerza.

Escucha lo que dice San Pablo escibiendo a su discípulo: "Dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza". Y continúa diciendo cuál es el fruto que se sigue en todo esto: "Haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen". Y también "El servidor de Dios no debe discutir; al contrario, debe ser amable con todos, saber enseñar y ser paciente". Un poco más adelante dice: "Tu persevera en lo que has aprendido y en lo que has creído, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras que te pueden hacer sabio para la salvación".

Pero cuando se trata de los sacerdotes: "Los presbíteros que presiden bien la comunidad sean tenidos como dignos de doble honor, especialmente los que se ocupan de la palabra y de la enseñanza". Para enseñar no basta con hacer, y esta no es palabra mía sino del mismo Salvador que dice: "El que hace y enseña será llamado grande...". Si el hacer ya fuera enseñar, sería superfluo lo segundo y habría bastado con decir solamente: "El que hace".

Libro Quinto
LA PREDICACION

Cuando tenga capacidad para expresarse bien, no estará libre de trabajar continuamente, porque si no cultiva esta capacidad con dedicación y ejercicio continuo, ella lo abandonará.

La grandeza del alma no se debe mostrar solamente haste este punto de despreciar las alabanzas, sino que se debe ir más adelante todavía para que el fruto no se malogre. Ya que es forzoso que el que preside tenga que soportar reproches sin fundamento, no está bien temer desmesuradamente ni temblar por las acusaciones inoportunas, pero tampoco despreciarlas sin más.

No hay nada que aumente tanto la buena o mala fama como la multitud indisciplinada acostumbrada a oír y a hablar sin buscar pruebas, y que repite simplemente todo lo que le llega sin preocuparse de la verdad.

Si alguien se deja abatir por estos incidentes, no podrá hacer nunca nada noble y digno de admiración, porque la tristeza y las constantes preocupaciones puede derribar la fuerza del alma y llevarla hasta la más tremenda debilidad. De la misma manera es necesario que el sacerdote se comporte con los que están bajo su autoridad como se comportaría un padre con sus hijos más pequeños.

Hay que estar preparado con valor para enfrentar todos estos contratiempos, perdonando a los que tienen estos sentimientos por ignorancia y llorar como a desgraciados y dignos de misericordia a los que tienen por envidia, sin pensar que la capacidad oratoria haya quedado disminuida por obra de cualquiera de ellos.

De la misma manera, el que se lanza a este combate de la predicación no debe atender los elogios de los profanos, ni tampoco deprimir su espíritu por causa de ellos. Trabaje su predicación como para agradar a Dios.

Si hay alguien entre los hombres que pueda pisotear a esta bestia difícil de atrapar, invencible y salvaje, que es el deseo de gozar de fama entre la gente, y puede cortarle sus muchas cabezas, o mejor aún, no dejar que nazcan, ese hombre podrá rechazar fácilmente sus muchos ataques y gozará de un tranquilo puerto. Pero si no se puede liberar, derramará sobre su propia alma una guerra de múltiples formas, una confusión continua, la tristeza y la multitud de las demás pasiones.

Libro Sexto
EXIGENCIAS DE LA VIDA SACERDOTAL

Ciertamente que el sacerdote debe tener el alma más pura que los mismos rayos de la luz para que el Espíritu Santo nunca la abandone y pueda decir: "Yo vivo, pero no soy yo quien vive sino que es Cristo quien vive en mí".

En realidad, el sacerdote debe tener mayor pureza que el monje. Y siendo así que se le exige mayor pureza, está sometido a mayores exigencias que pueden mancharlo, si no aplica una continua vigilancia y un gran fervor para que su alma quede bien protegida.

La mayor parte de los que están sujetos al sacerdote están encadenados a las preocupaciones de la vida, y esto los hace más flojos para el ejercicio de las cosas espirituales. De ahí la necesidad de que el maestro siembre cada día, como se dice, para que, por lo menos por la continuidad, la palabra de la predicación pueda prender en los oyentes. Las grandes riquezas, la importancia del poder, la tibieza producida por el lujo, y muchas otras causas, además de éstas, ahogan las semillas sembradas.

El sacerdote no solamente ha de ser tan puro como lo exige el ministerio que ha recibido, sino que debe ser también sumamente prudente y con experiencia en todo; debe conocer las cosas de la vida no menos que los que están en medio del mundo, y al mismo tiempo tiene que estar más desprendido de ellas que los monjes que viven en las montañas.

El sacerdote debe ser múltiple. Cuando digo múltiple, no quiero decir engañador, ni adulador, ni hipócrita. Quiero decir que debe estar dotado de mucha libertad y franqueza, que sabe condescender útilmente cuando las cosas lo exigen, y ser a la vez bondadoso y severo.

El que entra en este estadio del sacerdocio debe pisotear ante todo su propia gloria, estar por encima de la ira y estar lleno de prudencia, pero el que ama la vida solitaria no tiene ocación de ejercitarse en ninguna de estas cosas porque no tiene muchos que lo irriten como para ejercitarse en su reflenar el ímpetu de la ira, ni tiene a los que lo feliciten y aplaudan como para aprender a despreciar las alabanzas de la gente, ni se trata entre ellos de la prudencia que se requieren en el gobierno de la Iglesia.

IMPORTANCIA PARA LA HISTORIA

No hay obra de Crisóstomo que se conozca mejor y que se haya traducido con más frecuencia y editado más veces que sus seis libros Sobre el Sacerdocio. Pocos años después de la muerte de Juan Crisóstomo, Isidoro de Pelusio declaraba: "No hay ninguno que haya leído este libro y no haya quedado herido por el amor divino. Muestra el sacerdocio como algo augusto y difícil de alcanzar, y enseña cómo se ha de cumplir sin reproche. Porque lo compuso Juan C., el sabio intérprete delos misterios de Dios, luz de la Iglesia de Bizancio y de la Iglesia entera, y lo hizo con tal delicadeza, densidad y presición, que todos aquellos que ejercen el sacerdocio como Dios manda o lo tratan con negligencia encuentran aquí retratadas sus virtudes o sus faltas"

A juicio de Suidas, sobrepasa a todos los demás escritos de Crisóstomo en sublimidad de pensamiento, pureza de dicción, suavidad y elegancia de estilo. Efectivamente, siempre se le ha considerado como un clásico del sacerdocio y uno de los mejores tesoros de la literatura patrística.

BIBLIOGRAFIA

Consultada

SAN JUAN CRISOSTOMO. El Sacerdocio. Paulinas, Argentina.

J. QUASTEN, Patrología II. BAC, Madrid 1962. p.

Diccionario Patrístico y de la Antigüedad cristiana II. Sígueme, Col. Verdad e Imagen 98. Salamanca 1992,



Editio Princeps

Colecciones (ediciones completas de las obras de San Juan Crisóstomo)


FRONTON du Duc, s.j. 12 vols. París 1609-1633.

HENRY SAVILE, 8 vols. Eton 1612.

MONTFAUCON, Bernard de, o.s.b., 13 vols. París 1718-1738.

Sobre el Sacerdocio (primeras traducciones)

H. HOLLIER, Londres 1728. (Inglés)

RUIZ BUENO, Daniel. Madrid 1945 (Español)



CONCLUSION

Esta magistral obra de San Juan Crisóstomo es un gran tesoro del patrimonio de los Padres de la Iglesia, el cual, a mi juicio, debería poseer todos y cada uno de los sacerdotes que ejercen su ministerio, sea dentro de una diócesis o en campo misión; pues es un gran recordatorio de los cuidados que se deben tener tener dentro del ejercicio del mismo.

De igual modo, el hombre, aspirante al Ministerio Sagrado, debe tenerlo como libro de cabecera y meditación por la profundidad de su reflexiones. Esto recomendándolo de preferencia a los que cursan los estudios teológicos; pues en el caminar por su ideal que es el Sacerdocio Ministerial, la teología representa la recta final, por lo que ayudaría mucho a que el aspirante clarificara inquietudes y robusteciera su corazón, con la ayuda de Dios para poder resistir los posibles asaltos de las adulaciones, u otras tentaciones que muchas de las veces destruyen el alma de un Consagrado a Dios.



Miguel Angel Ponce R


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