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Una espiritualidad para nuestro tiempo


Parece aceptable decir que la espiritualidad cristiana ha pasado (y aún pasa) por una amplia crisis, a lo menos en Amércia Latina ; sobre todo porque su sentido y su práctica ya no se dan fácilmente por supuesto. En épocas pasadas, los militantes cristianos y los agentes de pastoral practicaban la oración, las devociones tradicionales y los sacramentos, como algo obvio y sin hacerse muchas preguntas. Pero en las últimas décadas muchos cristianos se han interrogado sobre el sentido de todo eso, otros han rechazado su formación católica tradicional, y han querido sustituirla, a menudo sin éxito por criterios totalmente nuevos.

Esta preocupación por la espiritualidad tiene varias causas, mezcladas entre sí. Algunas de ellas revelan crisis de crecimiento y otras crisis a secas. Hay una crisis de crecimiento en el catolicismo latinoamericano que es coherente con la renovación de su Iglesia.

Si hay renovación global, la espiritualidad, la experiencia de la fe, la práctica religiosa de los cristianos ha de renovarse. De ahí la búsqueda de una mística del seguimiento de Jesús histórico, una mística del servicio al pobre, una mística de la liberación, una mística de la oración, de la comunidad y de la fraternidad.

En la expreciencia cristiana latinoamericana han concurrido dos hechos que la han problematizado : la urgencia de las tareas de liberación social y de evangelización de las realidades populares, y por otro lado la acentuación de un proceso de secularización. Ambos hechos, la darse simultáneamente, constituyen un impacto cultural-religioso. Cambia el lenguaje : no se habla de virtudes sino de actitudes y opciones ; cambia la sensibilidad simbólica : para muchos, un ayuno de solidaridad, una marcha de protesta parece más significativa que una celebración litúrgica o una experiencia de oración común. Y así sucesivamente. Esto ha llevado a muchos a cuestionar cosas fundamentales, que para nuestros antepasados eran obvias.

Los diversos movimientos de espiritualidad que han surgido últimamente en América Latina, no siempre son bien recibidos. A algunos les parecen parciales, basados sólo en la oración, o en la espiritualidad familiar, o en los compromisos por la liberación de los pobres ; otros consideran que estos movimientos están "al lado" de ls grandes tareas del cristianismo en el continente.

 

Una espiritualidad para la renovación

Para que la espiritualidad sea la inspiración y garantía evangélica que acompañe la renovación de nuestra Iglesia, ha de recuperar lo mejor de la tradición espiritual de la Iglesia encarnándola en nuevas tareas y experiencias. Progresivamente el Espíritu empuja a nuestras Iglesias a una renovación, profunda y global.

Habitualmente la renovación comienza por las actividades pastorales. Pues es ahí donde se experimentan primeramente las incoherencias entre un cierto "modelo" de Iglesia y en la realidad. Para la Iglesia, las motivaciones son más que esenciales ; son su sello de identidad. Los "porque" de su organización y de su acción no se explican decisivamente por las ciencias humanas o la pura racionalidad histórica : se refiere a Jesús y su evangelio como la motivación global, imprescindible y dominante. Es la motivación del Espíritu. Por eso hablar de motivaciones en el cristianismo es hablar de su mística, de espiritualidad. La renovación institucional y funcional de la Iglesia requiere

una renovación de su mística.

La espiritualidad no es una ciencia o una praxis más en la Iglesia. Es la "savia" de la pastoral, de la teología y de la comunidad, cualquiera que sea su "modelo". Cuando esto se olvidó en el actual proceso de renovación eclesial, se produjo una "esquizofrenia" en algunos cristianos, lo cual es una de las causas de muchos fracasos. Por lo tanto, la única respuesta está en renovar profundamente la fe y a espiritualidad.

 

La espiritualidad como mística y como práctica

No es fácil apreciar los cambios en la manera de vivir la fe de los católicos contemporáneos. El creyente contemporáneo está integrado o está influido por la civilización urbana, por la tecnología, por la cultura de los medios de comunicación, por la complejidad de la vida y del trabajo moderno. Aún las clases populares participan en este esquema, que representa otro modelo de valores y de cultura, y que influye poderosamente en la crisis del "modelo tradicional" de la iglesia y su espiritualidad.

El creyente de hoy es más sensible a las actitudes que a las prácticas. Valoriza la fe como actitud de compromiso, y tiende a desvalorizarla como práctica religiosa. Es más sensible a la actitud interior en las virtudes más que a su práctica según ciertas normas. Le interesa el espíritu de oración, más que la práctica de la oración. De ahí algunas consecuencias. El creyente de que hablamos elude una espiritualidad "sistemática" : la práctica metódica de la oración y los sacramentos, aun la eucaristía dominical. Tiene dificultad con el sacramento de la penitencia en su forma tradicional.

Una espiritualidad de actitudes sin ejercitarse ni explicitarse termina por evaporarse. Es tan ilusoria como una práctica sin espíritu. A esto la lleva también la forma de vida moderna. Pero estos momentos fuertes de experiencia religiosa deben existir y deben preverse y elegirse. Si no, se quedan en pura aspiración, y la mística cristiana no es una mística de buenos deseos, sino de seguimiento de Cristo y de práctica de su palabra.

 

La espiritualidad como mística y actitud

La espiritualidad cristiana se parece a la humedad y al agua que mantiene empapada la hierba para que ésta esté siempre verde y en crecimiento. El agua y la humedad del pasto no se ven, pero sin ellas la hierba se seca. Los que se ve es el pasto, su verdor y belleza, y es el pasto lo que queremos cultivar, pero sabemos que para ello debemos regarlo y mentenerlo húmedo.

La mística que mantiene viva la fuerza y la calidad de nuestras opciones y compromisos, requiere renovarse permanentemente. Una mística requiere una fuente no contaminada de suministro. Para ello no basta mantener unos ideales y una causa a nivel ideológico, pues lo que le da a una mística su fuerza y su densidad es lo que ésta tiene de existencia, de experiencia vivida. La fuente de toda mística es una experiencia.

La espiritualidad cristiana es diferente y original con respecto a cualquier otra mística o motivación porque su fuente es la experiencia de la fe. No es meramente el compromiso por el bien de los hermanos o la causa de los pobres, , sino también la motivación y la mística que empapa e inspira el compromiso. La espiritualidad no es la sola entrega a una causa mayor que lleva a olvidar el egoísmo, lo cual no esw privativo del cristiano, sino los motivos evangélicos por los que se hace.

La mísitica cristiana tiene un sentido más hondo ; ella transforma y mejora cualitativamente el ideal y el compromiso por un amor mayor.

 

Espiritualidad y espiritualidades

Dar una definición de espiritualidad, no es fácil. La razón de la dificultad estriba en la riquez de la idea cristiana de espiritualidad, que hace que cualquier definición quede pobre e insuficiente. En las Iglesias de América Latina se tiende actualmente a subrayar la espiritualidad en su referencia a Jesucristo, su seguimiento y su vida pascual.

Una determinada espiritualidad en la historia no es otra cosa que una modalidad válida de vivir la fe cristiana. Ante la comprobación de que en su recorrer histórico, la Iglesia y su espiritualidad han ido cambiando, no su identidad, sino sus "modelos", lo cual es inevitable y sano dada la naturaleza encarnada y visible, tanto de la Iglesia como de la espiritualidad católica, podemos establecer cierto criterios generales :

No parece justo criticar modelos de espiritualidad pasados con la perspectiva de nuestro modelo actual de la Iglesia.

Ningún modelo de la Iglesia puede reclamar para sí el ser la única o mejor versión de la Iglesia católica querida por Cristo.

En la Iglesia católica los cambios profundos que llevan a "modelos nuevos" se dan por integración y no por ruptura.

La globalidad y la coherencia de los cambios en los modelos de Iglesia, no sólo afectan sus intituciones y su actividad visibles, sino también la mentalidad, el modelo de teología, y consiguientemente el modelo de espiritualidad.

Puebla recuerda la enseñanza del último concilio corroborada por la experiencia secular de la Iglesia, sobre la profunda relación que existe entre la fe cristiana y las culturas. Las culturas influyen en la fe y la espiritualidad de la siguiente manera :

En las verdades y valores que se acentúan o descuidan. Esta mutua influencia entre fe y cultura es tanto mayor cuanto más arraigada esté la fe católica en las culturas.

En la forma de expresarse (el "lenguaje total") de la fe.

En la interpretación y simbología de la experiencia cristiana. En mensaje cristiano es recibido al modo de cada cultura, lo cual lleva a interpretaciones diversas de la única experiencia y espiritualidad cristiana.

Los procesos históricos y los acontecimiento sociales en que los crisitnaos se encuentran envueltos y comprometidos en una determinada época o lugar, es también un factor de espiritualidad. Es una llamada de Dios a ciertas opciones, a ciertos valores evangélicos que van configurando en las comunidades cristianas, fieles a estos desafíos, una forma de espiritualidad.

Se trata de algo inherente a la fe cristiana, que se desarrolla y se encarna en personas, circunstancias y épocas diversas. Se trata de un evangelio capaz de asumir toda cultura y todo proceso histórico, creando nuevas formas de expresar la fe y el proceso pascual de la vida cristiana. Esto se da en tiempos de estabilidad, de inestabilidad, de paz o de injusticia.

 

¿Una espiritualidad latinoamericana ?

Hoy es reconocido por todos que el catolicismo latinoamericano tiene rasgos culturales muy propios. El catolicismo popular, que es la espina dorsal del catolicismo cultural latinoameticano, se identifica con una espiritualidad coherente con él. Una espiritualidad devocional, e expresiones barrocas y festivas, muy plástica y simbológica, donde se acentúa la Pasión, la Cruz y la Virgen María.

Los desafíos pastorales y sociales del cristianismo en América Latina son también peculiares y englobantes, hasta el punto de exigir cambios renovadores en la Iglesia y en la espiritualidad de los cristianos.

La espiritualidad, en términos generales, es el encuentro del Espíritu con el pueblo cristiano, un pueblo preciso, con sus aspiraciones, luchas, cultura, opciones cristianas y misioneras. Este encuentro se realiza en la comunidad de la Iglesia, y genera una mística.

El primer acento generador de la espiritualidad latinoamericana, es la humanidad de Jesús, el Jesús del Evangelio, hoy presente prioritariamente en la Iglesia, como fuente de vida y lugar privilegiado de aprendizaje del seguimiento. La espiritualidad latinoamericana recupera la dimensión esencial del cristianismo como segumiento de Jesús histórico por el impulso del Espíritu (DP 180).

Los privilegios y la exaltación de María, siempre importantes en la espiritualidad, se "humanizan" cuando se visualizan a partir de la realidad de María de Nazaret, de la manera histórica como ella vivió su plenitud de gracia en la humillación, la opacidad de la vida ordinaria, de la fe, el sufrimiento, la solidaridad con los pobres y afligidos de su tiempo (Lc 1,46-55).

El segundo acento preferencial de donde emerge la espiritualidad latinoamericana es el pobre, con el sentido cristiano que conlleva. El pobre y la pobreza de nuestro continente es el lugar de la injusticia, de la explotación, del pecado social, que desafían la conciencia de los cristianos y la misión de la Iglesia.

 

Bibliografía

 

GALILEA S., El camino de la espiritualidad, "Una espiritualidad para nuestro tiempo", Paulinas, Bogotá, 4 1990, p. 11-49.


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